PROTECCION PSICOLOGICA ANTE LAS IMPRESIONES
Hago extensible a
todos los que concurran a las reuniones que tú convoques.
Nuestro tema será
relacionado con la cuestión de la transformación de uno mismo.
En nuestra pasada
plática, mucho dijimos sobre “la importancia que tiene la vida en sí misma”;
dijimos, también, que “un hombre es lo que es su vida y que ésta es como una
película, que al desencarnar, nos la llevamos para revivirla en forma
retrospectiva en el mundo astral; que al retornar, la traemos para proyectarla
otra vez sobre el tapete del mundo físico”.
Es claro que la ley de recurrencia existe y
que todos los acontecimientos se repiten; que todo vuelve, realmente, a ocurrir
tal como sucedió, más las consecuencias buenas y malas; eso es obvio.
Ahora bien, lo importante es conseguir la
transformación de la vida, y esto es posible si uno se lo propone,
profundamente...
“Transformación” significa, que “una cosa
cambia en otra cosa diferente”.
Es lógico que todo es susceptible de cambios.
Existen transformaciones muy conocidas de la
materia.
Nadie podría negar, por ejemplo, que el
azúcar se transforma en alcohol, y que el alcohol, a su vez, se convierte en
vinagre por la acción de los fermentos (ésta es la transformación de una
substancia molecular en otra substancia molecular); tú lo sabes...
En la nueva química de los átomos y
elementos, el radio, por ejemplo, se transforma lentamente en plomo.
Los alquimistas de la edad media hablaban de
la “transmutación del plomo en oro”.
Sin embargo, no siempre aludían a la cuestión
metálica, meramente física.
Normalmente querían indicar, con tales
palabras, la transmutación del “plomo” (éste de la personalidad) en el “oro del
espíritu”.
Así, pues, conviene que reflexionemos en
todas estas cosas...
En los evangelios, la idea del “hombre
terrenal” (comparado éste a una semilla capaz de crecimiento), tiene la misma
significación, como la tiene también la idea de renacimiento, de un hombre que
“nace otra vez”.
Sin embargo, es obvio que “si el grano no
muere, la planta no nace”; en toda transformación existe muerte y nacimiento, o
muerte y resurreccion; tú lo sabes...
En la gnosis, consideramos al hombre como una
fábrica de tres pisos que absorbe, normalmente, tres alimentos.
El alimento común, normalmente le corresponde
el piso inferior de la fábrica (a la cuestión ésta del estómago); el aire, naturalmente,
está en el segundo piso, pues se haya relacionado con los pulmones, y las impresiones,
indubitablemente están íntimamente asociadas al cerebro, o tercer piso (esto es
cuestión de observación, ¿verdad, hermano?).
El alimento que comemos, sufre sucesivas
transformaciones; eso es incuestionable.
El proceso de la vida en sí misma, por sí
misma, es la transformación.
Cada criatura del universo, vive mediante la
transformación de una substancia en otra.
Un vegetal, por ejemplo, transforma el aire,
el agua y las sales de la tierra, en nuevas substancias vitales, en elementos
útiles para nosotros, como son, por ejemplo, las nueces, las frutas, las papas,
los limones, judías, los guisantes, etc.
Así pues, todo es trans-for-ma-ción.
Por la acción de la luz solar, obtenemos los
variados fermentos de la naturaleza.
Es incuestionable que la sensible película de
vida (que normalmente se extiende sobre la faz de la tierra), conduce toda la fuerza
universal hacia el interior mismo del mundo planetario en que vivimos.
Pero cada planta, cada insecto, cada criatura
(el mismo “animal intelectual” equivocadamente llamado “hombre”), absorbe,
asimila determinadas fuerzas cósmicas, y luego las transforma y retransmite,
inconscientemente, a las capas anteriores del organismo planetario.
Tales fuerzas, transformadas, se hayan
íntimamente relacionadas con toda la economía de este organismo planetario en
que vivimos.
Indubitablemente, cada criatura, según su
especie, transforma determinadas fuerzas que luego retransmite al interior de
la tierra, para la economía del mundo.
También las demás criaturas, las distintas
especies (las plantas, etc.), cumplen la misma función.
Sí, en todo existe transformación.
Así pues, la epidermis de la tierra es un
órgano de transformación...
Cuando comemos el alimento, tan necesario
para nuestra subsistencia, éste es transformado (claro está, etapa tras etapa)
en todos esos elementos vitales, tan indispensables para nuestra misma
existencia.
¿Quién realiza, dentro de nosotros, ese
proceso de transformación de las substancias?
¡El CENTRO INSTINTIVO!
¡Cuán sabio es tal centro!
¡Realmente, nos asombramos de la sabiduría de
dicho centro!
La digestión en sí misma, mis estimables
hermanos, es transformación.
Todos pueden ver que el alimento tomado por
el estómago (es decir, la parte inferior de esta fábrica de tres pisos, que es
el organismo humano) se transforma.
Si un alimento, por ejemplo, pasara por el estómago
y no se transformara, el organismo no podría asimilar sus principios (sus
vitaminas, sus proteínas); eso sería, sencillamente, una indigestión.
Así pues, conforme nosotros vamos
reflexionando en esta cuestión, llegamos a comprender la necesidad de pasar por
una transformación.
Claro está que los alimentos físicos se
transforman; más hay algo que nos invita mucho a la reflexión; no existe una
transformación, por ejemplo, adecuada de las impresiones.
Para el propósito de la naturaleza,
propiamente dicha, no hay necesidad alguna de que el “animal intelectual”
equivocadamente llamado “hombre”, transforme realmente las impresiones.
Pero un hombre puede transformar sus
impresiones por sí mismo, si posee, naturalmente el conocimiento de fondo esotérico,
y comprende el por qué de esa necesidad, (¡resultaría magnífico transformar las
impresiones!).
La mayoría de las gentes, como tú has visto
en el terreno de la vida práctica, creen que este mundo físico les va a dar
exactamente, lo que anhelan y buscan, y he ahí, mis estimables hermanos, una
tremenda equivocación.
La vida, en sí misma, entra en nosotros, en
nuestro organismo, en forma de meras impresiones.
Lo primero que realmente debemos comprender,
es el significado de este Trabajo Esotérico, relacionado íntimamente con la
cuestión de las impresiones.
Que necesitamos transformarlas, ¡es verdad!
Y uno no podría, realmente, transformar su
vida, si no transforma las impresiones que le llegan a la mente.
Es urgente, pues, que los que escuchen este
cassette, reflexionen en lo que aquí estamos diciendo...
No existe, realmente, tal cosa como la “vida
externa”; y ven ustedes que estamos hablando de algo muy revolucionario, pues
todo el mundo cree que el físico es lo real; pero si vamos un poquito más a
fondo, lo que realmente estamos recibiendo, a cada instante, en cada momento,
son meramente impresiones.
Vemos a una persona que nos agrade o que nos
desagrade, y lo primero que obtenemos son impresiones de esa naturaleza,
¿verdad?
Esto no lo podemos negar.
La vida es, dijéramos, una sucesión de
impresiones (y no como creen muchos “ignorantes ilustrados”, una cosa sólida,
física, de tipo exclusivamente material); la realidad de la vida son sus
impresiones.
Claro está, que esta idea que estamos
emitiendo a través de esta grabación, resulta ciertamente muy difícil de
capturar, de aprehender; constituye un muy trabajoso punto de intersección.
Es posible que ustedes, que me están
escuchando, tengan la certeza de que la vida que tienen existe como tal, y no
como sus impresiones.
Están tan sugestionados ustedes por el mundo
físico, que obviamente así piensan.
La persona que vemos sentada, por ejemplo, en
una silla (allá, con tal o cual traje de color), aquél que nos sonríe más allá,
aquél que va tan serio, etc., son para nosotros cosas reales, ¿verdad?
Pero si meditamos profundamente en todo lo
que vemos, llegamos a la conclusión de que lo real son las impresiones.
Éstas, como ya dije, llegan a la mente, a
través, claro está, de las ventanas de los cinco sentidos.
Si no tuviéramos, por ejemplo, ojos para ver,
ni oídos para oír, ni tacto para tocar, ni olfato para oler, etc., o ni
siquiera gusto para gustar los alimentos que entran en nuestro organismo,
¿existiría acaso, para nosotros, esto que se llama “mundo físico”?
¡Claro que no, absolutamente no!
La vida, pues, nos llega en forma de
impresiones, y es ahí, precisamente ahí, donde existe la posibilidad de
trabajar sobre nosotros mismos.
Ante todo (si eso queremos hacer), pues hay
que comprender el trabajo que debemos hacer.
Si no hiciéramos ese trabajo en forma
correcta, ¿cómo podríamos lograr una transformación psicológica, en sí mismos?
Es obvio, que el trabajo que vamos a realizar
sobre sí mismos, debe ser sobre las impresiones que estamos recibiendo a cada
instante, a cada momento.
Y a menos que lo aprehenda, o dijéramos,
capture, etc., nunca comprendería el significado de lo que en el trabajo es
llamado el “primer choque consciente”.
El “choque” se relaciona con esas impresiones
que son todo cuanto conocemos del mundo exterior que estamos recibiendo, que
tomamos como si fueran las verdaderas cosas, las verdaderas personas.
Necesitamos, pues, transformar nuestra vida,
y ésta es interna.
Al querer transformar, pues, estos aspectos
psicológicos de nuestra existencia, obviamente, necesitamos trabajar sobre las
impresiones que entran en nosotros, claro está...
¿Por qué llamamos nosotros, al trabajo sobre
la transformación de las impresiones, el “primer choque consciente”?
Por un motivo, mis queridos hermanos
gnósticos, por un motivo.
Porque, sencillamente, es algo que en modo
alguno podríamos efectuar en forma meramente mecánica.
Esto no sucede jamás mecánicamente, se
necesita de un esfuerzo autoconsciente.
Es claro que un aspirante gnóstico que
comience a comprender esta clase de trabajo, obviamente, por tal motivo,
comienza a dejar de ser un hombre mecánico, que sirve, exclusivamente, a los
fines de la naturaleza; una criatura absolutamente dormida, que sencillamente
no es más que una “empleada” de la naturaleza, para los fines económicos de la
misma, los cuales, realmente, no sirven, en modo alguno, a los intereses de
nuestra propia autorrealización íntima.
Si ustedes comienzan ahora a comprender el significado
de todo cuanto en este cassette estamos enseñando; si piensan ahora en el
significado de todo cuanto se les enseña a hacer, por la vía, dijéramos, del
esfuerzo propio (empezando con la observación de sí mismos), verán sin duda,
mis queridos hermanos gnósticos, que en el lado práctico del Trabajo Esotérico,
todo se relaciona con la transformación de las impresiones y lo que resulta,
naturalmente, de las mismas.
El trabajo, por ejemplo, sobre las emociones
negativas, sobre los estados de ánimo enojosos, sobre la cuestión ésta de la
identificación, sobre la auto consideración, sobre los yoes sucesivos, sobre la
mentira, sobre la auto justificación, sobre la disculpa y sobre los estados de
inconsciencia en que nos encontramos, se relaciona, en todo, con la
transformación de las impresiones y lo que resulta de ello.
Así convendrá, mis queridos hermanos
gnósticos, que en cierto modo, el trabajo sobre sí mismos se compare a la digestión
(en el sentido de que es una transformación).
Quiero que ustedes reflexionen profundamente
en esto, que comprendan, pues, lo que es el primer choque.
Es preciso formar un instrumento de cambio en
el lugar de entrada de las impresiones (¡no lo olviden!).
Si mediante la comprensión del trabajo
ustedes pueden aceptar la vida como trabajo, realmente, esotérico, entonces
estarán en un estado constante de recuerdo de sí mismos.
Este estado de conciencia de sí, los llevará
a ustedes, naturalmente, al terreno viviente de las transformación de las
impresiones, y así, normalmente (o supra normalmente, mejor dijéramos), al de
una vida distinta, en lo que a ustedes naturalmente respecta.
Es decir, ya la vida no obrará más sobre
todos ustedes, mis queridos hermanos, como la hacía antes; comenzarán ustedes a
pensar y a comprender de una manera nueva; y éste es el comienzo, naturalmente,
de su propia transformación.
Porque mientras ustedes sigan pensando de la
misma manera, tomando la vida de la misma manera, es claro que no habrá ningún
cambio en ustedes.
Transformar las impresiones de la vida, es
transformarse uno mismo, mis queridos hermanos gnósticos, y sólo una manera de
pensar enteramente nueva, puede efectuarlo.
Todo este trabajo, pues, radica,
exclusivamente en una forma, pues, dijéramos, radical de transformación.
Si uno no se transforma, nada logra.
Comprenderán ustedes que la vida nos exige,
naturalmente, continuamente reaccionar.
Todas esas reacciones forman nuestra vida,
nuestra vida personal.
Cambiar la vida de uno, no es cambiar las
circunstancias meramente externas, es cambiar realmente las propias reacciones.
Pero si no vemos que la vida exterior nos
llega como meras impresiones que nos obligan, incesantemente, a reaccionar en
una forma, dijéramos, más o menos estereotipada, no veremos donde empieza el
punto que realmente posibilite el cambio y dónde es posible trabajar.
Si las reacciones que forman nuestra vida
personal, son casi todas de tipo negativo, entonces también nuestra vida será
negativa.
La vida consiste, principalmente, de una
serie sucesiva de reacciones negativas, que se dan como respuesta incesante a
las impresiones que llegan a la mente.
Luego, nuestra tarea consiste en transformar
las impresiones de la vida, de modo que no provoquen ese tipo de reacciones
negativas a que estamos tan acostumbrados.
Pero, para lograrlo, es necesario estarnos auto
observándonos de instante en instante, de momento en momento.
Es urgente estar, pues, estudiando nuestras
propias impresiones.
Luego, se pueden dejar que las impresiones
lleguen a la mente de un modo negativo mecánico o no; si no lo hace, equivale a
empezar a vivir más conscientemente.
Es decir, uno puede permitir darse el lujo de
que las impresiones le lleguen mecánicas, pero si uno no comete semejante
error, si transforma sus impresiones, entonces comienza a vivir
conscientemente.
Por eso se dice que “éste es el “primer
choque consciente”.
Tal primer shock consciente radica,
precisamente, en la transformación de las impresiones que llegan a la mente.
Si no se consigue transformar las impresiones
que llega a la mente, en el momento mismo de su entrada, siempre se puede
trabajar en el resultado de las mismas e impedir, claro está, que produzcan sus
efectos mecánicos, que siempre suelen ser desastrosos en el interior de nuestra
psiquis.
Todo ello requiere un sentimiento definido,
una vibración definida del trabajo, una valorización de la enseñanza.
Porque significa que este esotérico trabajo
gnóstico debe ser llevado hasta el punto, por así decirlo, donde entran las
impresiones, y desde donde son distribuidas, mecánicamente, a su lugar
acostumbrado en la personalidad, para evocar las antiguas reacciones.
Quiero que ustedes vayan entendiendo un
poquito más.
Voy a tratar, dijéramos, de simplificar, a
fin de que ustedes puedan entender.
Pondré un ejemplo: si arrojamos una piedra a
un lago cristalino, en el lago vemos que se producen impresiones; y la
respuesta a esas impresiones (dadas por la piedra), son las reacciones.
Estas se manifiestan en ondas que van desde
el centro hasta la periferia, ¿verdad?
Bueno, ahora lleven ustedes, mis queridos
hermanos gnósticos, este ejemplo a la mente.
Imagínensela, por un momento, como un lago.
De pronto, aparece la imagen de una persona.
Esa imagen, dijéramos, es como la piedra de
nuestro ejemplo: llega al lago de la mente, entonces la mente reacciona en
forma de reacción (las impresiones son las que producen la imagen que llega a
la mente; las reacciones son la respuesta a tales impresiones).
Si ustedes tiran una pelota contra un muro,
el muro recibe la impresión; pero luego viene la reacción, que consiste en que,
inconscientemente, pues, regresa la pelota hacia quien la mandó.
Bueno, puede que no le llegue directamente,
pero de todas maneras rebota la pelota y eso es reacción, ¿verdad?
El mundo todo está formado por impresiones.
Por ejemplo, nos llega la imagen de una mesa
(es una imagen que llega a la mente a través de los sentidos); no podemos decir
que ha llegado la mesa, que la mesa se ha metido en nuestro cerebro, eso sería
absurdo, pero sí se ha metido una imagen de la mesa; entonces nuestra mente
reacciona, inmediatamente, diciendo: “esto es una mesa, y es de madera” o “es
de metal”, etc...
Creo que ustedes me van entendiendo, ¿no?
Bien, ahora, hay impresiones que no son muy
agradables.
Por ejemplo, las palabras de un insultador no
son, por cierto, bastante hermosas que se diga, ¿no?
¿Podríamos, dijéramos, transformar esas
palabras del insultador? No, las palabras son como son, ¿entonces qué podríamos
hacer? ¿Transformar las impresiones que tales palabras nos producen? Sí, eso es
posible, y la Enseñanza Gnóstica nos enseña a cristalizar la segunda fuerza (es
decir, al cristo en nosotros), mediante un postulado que dice: “hay que recibir
con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes”...
He ahí, pues, el modo de transformar las
impresiones que producen, en nosotros, las palabras de un insultador: “recibir con
agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes”...
Este postulado, pues, nos llevará,
naturalmente, a la cristalización de la segunda fuerza (es decir, el Cristo en
nosotros), hará que el Cristo venga a tomar.
Es un postulado sublime, esotérico en un
ciento por ciento...
Ahora bien, si del mundo físico no conocemos
sino las impresiones, entonces, propiamente, el mundo físico no es tan externo
como creen las gentes.
Con justa razón dijo Don Emmanuel Kant: “Lo
exterior es lo interior”...
Así pues, si lo interior es lo que cuenta,
pues debemos transformar lo interior (las impresiones son interiores).
Así pues, todos los objetos, las cosas, todo
lo que vemos, existe en nuestro interior en forma de impresiones.
Si, por ejemplo, nosotros no transformamos
las impresiones, nada cambia en nosotros.
La lujuria, la codicia, el odio, el orgullo,
etc., existen en forma de impresiones dentro de nuestra psiquis y vibran
incesantemente; y el resultado mecánico de tales impresiones, han sido todos
esos elementos inhumanos que llevamos dentro, y que normalmente los hemos
llamado “yo” o “yoes”, que en su conjunto constituyen el mí mismo, el sí mismo,
¿verdad?.
Supongamos que un individuo, por ejemplo, ve
a una mujer provocativa y que no transforma sus impresiones; el resultado será
que las mismas (de tipo naturalmente lujurioso), originen en él, pues, el deseo
de poseerla.
Tal deseo viene a ser el resultado mecánico
de la impresión recibida; y ese deseo viene a cristalizar, a tomar una forma en
nuestra psiquis, se convierte en un agregado más, es decir, en un elemento
inhumano, en un nuevo yo de tipo lujurioso que viene a agregarse a la suma
(existente ya) de elementos inhumanos que, en su totalidad, constituyen el ego,
el mí mismo, el sí mismo.
Pero vamos a seguir reflexionando, pues,...
En nosotros existe ira, codicia, lujuria,
envidia, orgullo, pereza y gula...
Ira, ¿por qué? porque muchas impresiones
llegaron a nosotros, a nuestro interior, y nunca las transformamos.
El resultado mecánico de tales impresiones,
pues, de ira, fueron los yoes que aún existen, viven en nuestra psiquis, y que
constantemente, pues, nos hacen sentir coraje.
Codicia: Indudablemente, muchas cosas
despertaron en nosotros la codicia: el dinero, las joyas, las cosas materiales
de todo clase, etc.
Esas cosas, realmente, esos objetos llegaron
a nosotros en forma de impresiones.
Nosotros cometimos el error de no haber
transformado esas impresiones, por ejemplo en otra cosa diferente: en una
admiración por la belleza, o en altruismo, o en alegría por el dueño de tales o
cuales cosas, en fin... ¿Y qué? pues que tales impresiones no transformadas,
naturalmente se convirtieron en yoes de codicia que ahora cargamos en nuestro
interior.
En cuanto a la lujuria, ya dije: que distintas
formas de lujuria llegaron a nosotros en forma de impresiones, es decir,
surgieron en el interior de nuestra mente imágenes, dijéramos, de tipo erótico,
cuya reacción fue la lujuria.
Como quiera que nosotros no transformamos
entonces esas ondas lujuriosas, esas vibraciones lujuriosas, esas impresiones,
ese sentir lujurioso, ese erotismo malsano, no bien entendido (porque bien
entendido, ya dije que el erotismo es sano), naturalmente que el resultado no
se hizo esperar: fue completamente mecánico, nacieron nuevos yoes dentro de
nuestra psiquis (de tipo, claro está, morboso).
Así pues, hoy en día nos toca trabajar sobre
las impresiones que tenemos en nuestro interior y sobre sus resultados
mecánicos.
Dentro, tenemos impresiones de ira, de
codicia, de lujuria, de envidia, de orgullo, de pereza, de gula, etc., etc.,
etc., y otras tantas hierbas.
También tenemos, dentro, los resultados
mecánicos de tales impresiones: manojos de yoes pendencieros y gritones que
ahora necesitamos comprender y eliminar.
Todo el trabajo sobre nuestra vida, versa
pues en saber transformar las impresiones y también en saber eliminar,
dijéramos, los resultados mecánicos de las impresiones no transformadas en el
pasado...
El mundo exterior, propiamente no existe; lo
que existe es lo interno.
Las impresiones son interiores y las
reacciones con tales impresiones son de tipo completamente, dijéramos interior.
Nadie me podría decir que está viendo a un
árbol en sí mismo; estará viendo la imagen del árbol pero no al árbol. “la cosa
en sí (como decía don Emmanuel Kant), nadie la ve”; se ve la imagen de la cosa.
Es decir, surgen en nosotros las impresiones
sobre un árbol, sobre una cosa.
Estas son internas, son de adentro, son de la
mente.
Si uno, por ejemplo, no hace una modificación
de sus propias impresiones internas, el resultado mecánico no se deja esperar: es
el nacimiento de nuevos yoes que vienen a esclavizar, aún más, a nuestra esencia,
a nuestra conciencia; que vienen a intensificar el sueño, dijéramos, en que
vivimos.
Cuando uno comprende que, realmente, todo lo
que existe dentro de uno mismo (con relación al mundo físico), no son más que
impresiones, comprende también la necesidad de transformar esas impresiones; y
al hacerlo, se produce una transformación total de uno mismo.
No hay cosa que más duela, por ejemplo, que
la calumnia, o las palabras de un insultador; pero si uno es capaz de
transformar las impresiones que le producen a uno tales palabras, pues, ésas
quedan entonces sin valor ninguno, es decir, quedan como un cheque sin fondo.
Ciertamente, las palabras de un insultador no
tienen más valor que el que les dé el insultado.
Si el insultado no le da valor a tales
palabras, las mismas quedan sin valor (repito, aunque me haga cansón: quedan
como un cheque sin fondo).
Cuando uno comprende esto, transforma
entonces las impresiones de tales palabras, por ejemplo, en algo distinto: en
amor, por ejemplo, en compasión por el insultador; y eso, naturalmente,
significa transformación.
Así pues, necesitamos estar transformando,
incesantemente, las impresiones; no sólo las presentes, sino las pasadas.
Dentro de nosotros existen muchas impresiones
(que cometimos el error, en el pasado, de no haber transformado) y muchos
resultados mecánicos de las mismas, que son los tales yoes que ahora hay que
desintegrar, aniquilar, a fin de que la conciencia quede libre y despierta.
Quiero que ustedes reflexionen más hondamente
en lo que estoy diciendo: las cosas, las personas, no son más que impresiones
dentro de ustedes, dentro de su mente.
Si ustedes transforman esas impresiones, se
transforma la vida de ustedes.
Cuando hay, por ejemplo, orgullo, eso tiene
por basamento la ignorancia.
¿De qué puede sentirse orgullosa, por
ejemplo, una persona?
¿De su posición social, de su dinero, de qué?
Pero si esa persona, por ejemplo, piensa que
su posición social es una cuestión meramente mental, es una serie de
impresiones que han llegado a su mente (impresiones sobre su estado social, o
su dinero); cuando piensa que tal estado no es más que una cuestión mental, o
cuando analiza, pues, la cuestión del dinero, viene a darse cuenta que, en sí
mismo, existe en la mente en forma de impresiones (las impresiones que produce
el dinero, claro está).
Si analiza esto a fondo, si comprende,
realmente, que el dinero y la posición social y demás, no son más que
impresiones internas de la mente, con el sólo hecho de comprender que sólo son
impresiones de la mente, hay transformación de las mismas; y entonces el
orgullo, por sí mismo, cae, se desploma, y nace en una forma muy natural,
dentro de nosotros, la humildad.
Continuando así con estos procesos de
transformación de las impresiones, proseguiré con algo más: si, por ejemplo,
una imagen de una mujer lujuriosa llega a la mente, o surge en la mente (tal
imagen es una impresión, obviamente), nosotros podríamos transformar esa
impresión lujuriosa, mediante la comprensión.
Bastaría con que pensáramos en que la citada
imagen es perecedera, en que esa belleza es, por lo tanto, ilusoria.
Si recordáramos en ese instante que esa mujer
ha de morir y que su cuerpo se ha a volver polvo en el panteón; si con la
imaginación viésemos su cuerpo en estado de desintegración dentro de la
sepultura, sería esto más que suficiente como para transformar esa impresión
lujuriosa en castidad.
Así, transformándola, no surgirían (en la
psiquis) más yoes de lujuria.
Así pues, conviene que mediante la
comprensión, transformemos las impresiones que surgen en la mente.
Creo que los hermanos van entendiendo que el
mundo exterior no es tan exterior como normalmente se cree; es interior, pues
todo lo que nos llega del mundo, no son más que impresiones internas.
Nadie podría meter un árbol dentro de su
mente, ni una silla, ni una casa, ni un palacio, ni una piedra.
Lo que hay dentro de nuestra mente, no son
sino impresiones, eso es todo; impresiones de un mundo que llamamos “exterior”,
pero que realmente no es tan exterior como se piensa.
Conviene, pues, que estemos nosotros
transformando las impresiones mediante la compresión.
Si alguien nos adula, nos alaba, por ejemplo,
¿Cómo transformaríamos nosotros la vanidad que tal adulador podría provocar en
nosotros?
Obviamente, las alabanzas, las adulaciones,
no son más que impresiones que llegan a la mente, y ésta reacciona en forma de
vanidad.
Pero si se transforman tales impresiones, la
vanidad se hace imposible.
¿Cómo se transformarían, pues, las palabras
de un adulador, esas impresiones de alabanza, en qué forma? ¡Mediante la
compresión!
Cuando uno realmente comprende que no es más
que una infinitesimal criatura, viviendo en un rincón del Universo, de hecho
transforma, pues, por sí mismo, tales impresiones de alabanza, o de lisonja, en
algo distinto; convierte tales impresiones, dijéramos, en lo que son: polvo,
polvareda cósmica, porque comprende uno su propia posición.
Ya sabemos que nuestro planeta tierra es un grano
de arena en el espacio.
Pensemos en la galaxia en que vivimos, compuesta
por miles y millones de mundos...
¿Qué es la tierra? Es una mísera partícula de
polvo en entre el Infinito.
¿Y qué nosotros? Organismos, dijéramos, casi
microorganismos, de esa partícula...
¿Entonces qué? ¿Qué surgiría en nosotros con
estas reflexiones? la humildad, es claro, y ésta, obviamente, produciría una
transformación de las impresiones que se relacionan con la lisonja, y la
adulación o la alabanza, claro; y no reaccionaríamos (como resultado) en forma
de orgullo, ¿verdad?
Cuanto más reflexionemos en esto, vemos más y
más la necesidad de una transformación completa de las impresiones...
Todo lo que vemos externo, es interior.
Luego, si no trabajamos sobre lo interior,
vamos por el camino del error, porque no modificaríamos entonces nuestra vida.
Si queremos ser distintos, necesitamos
transformarnos íntegramente, y si queremos transformarnos, debemos empezar por
transformar las impresiones.
Ahí está la clave para la transformación
radical del individuo.
En la misma transmutación sexual, hay
transformación de las impresiones.
Transformando las impresiones animales,
bestiales, en el elemento de la devoción, entonces surge (en nosotros) la
transformación sexual, la transmutación.
Creo que ustedes me han comprendido y por hoy
llegaremos hasta esta parte, pues, de nuestro discurso.
samael aun weor
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