lunes, 3 de marzo de 2014

PROTECCIÓN PSICOLÓGICA ANTE LAS IMPRESIONES


PROTECCION PSICOLOGICA ANTE LAS IMPRESIONES

Hago extensible a todos los que concurran a las reuniones que tú convoques.

Nuestro tema será relacionado con la cuestión de la transformación de uno mismo.

En nuestra pasada plática, mucho dijimos sobre “la importancia que tiene la vida en sí misma”; dijimos, también, que “un hombre es lo que es su vida y que ésta es como una película, que al desencarnar, nos la llevamos para revivirla en forma retrospectiva en el mundo astral; que al retornar, la traemos para proyectarla otra vez sobre el tapete del mundo físico”.

Es claro que la ley de recurrencia existe y que todos los acontecimientos se repiten; que todo vuelve, realmente, a ocurrir tal como sucedió, más las consecuencias buenas y malas; eso es obvio.

Ahora bien, lo importante es conseguir la transformación de la vida, y esto es posible si uno se lo propone, profundamente...

“Transformación” significa, que “una cosa cambia en otra cosa diferente”.

Es lógico que todo es susceptible de cambios.

Existen transformaciones muy conocidas de la materia.

Nadie podría negar, por ejemplo, que el azúcar se transforma en alcohol, y que el alcohol, a su vez, se convierte en vinagre por la acción de los fermentos (ésta es la transformación de una substancia molecular en otra substancia molecular); tú lo sabes...

En la nueva química de los átomos y elementos, el radio, por ejemplo, se transforma lentamente en plomo.

Los alquimistas de la edad media hablaban de la “transmutación del plomo en oro”.

Sin embargo, no siempre aludían a la cuestión metálica, meramente física.

Normalmente querían indicar, con tales palabras, la transmutación del “plomo” (éste de la personalidad) en el “oro del espíritu”.

Así, pues, conviene que reflexionemos en todas estas cosas...

En los evangelios, la idea del “hombre terrenal” (comparado éste a una semilla capaz de crecimiento), tiene la misma significación, como la tiene también la idea de renacimiento, de un hombre que “nace otra vez”.

Sin embargo, es obvio que “si el grano no muere, la planta no nace”; en toda transformación existe muerte y nacimiento, o muerte y resurreccion; tú lo sabes...

En la gnosis, consideramos al hombre como una fábrica de tres pisos que absorbe, normalmente, tres alimentos.

El alimento común, normalmente le corresponde el piso inferior de la fábrica (a la cuestión ésta del estómago); el aire, naturalmente, está en el segundo piso, pues se haya relacionado con los pulmones, y las impresiones, indubitablemente están íntimamente asociadas al cerebro, o tercer piso (esto es cuestión de observación, ¿verdad, hermano?).

El alimento que comemos, sufre sucesivas transformaciones; eso es incuestionable.

El proceso de la vida en sí misma, por sí misma, es la transformación.

Cada criatura del universo, vive mediante la transformación de una substancia en otra.

Un vegetal, por ejemplo, transforma el aire, el agua y las sales de la tierra, en nuevas substancias vitales, en elementos útiles para nosotros, como son, por ejemplo, las nueces, las frutas, las papas, los limones, judías, los guisantes, etc.

Así pues, todo es trans-for-ma-ción.

Por la acción de la luz solar, obtenemos los variados fermentos de la naturaleza.

Es incuestionable que la sensible película de vida (que normalmente se extiende sobre la faz de la tierra), conduce toda la fuerza universal hacia el interior mismo del mundo planetario en que vivimos.

Pero cada planta, cada insecto, cada criatura (el mismo “animal intelectual” equivocadamente llamado “hombre”), absorbe, asimila determinadas fuerzas cósmicas, y luego las transforma y retransmite, inconscientemente, a las capas anteriores del organismo planetario.

Tales fuerzas, transformadas, se hayan íntimamente relacionadas con toda la economía de este organismo planetario en que vivimos.

Indubitablemente, cada criatura, según su especie, transforma determinadas fuerzas que luego retransmite al interior de la tierra, para la economía del mundo.

También las demás criaturas, las distintas especies (las plantas, etc.), cumplen la misma función.

Sí, en todo existe transformación.

Así pues, la epidermis de la tierra es un órgano de transformación...

Cuando comemos el alimento, tan necesario para nuestra subsistencia, éste es transformado (claro está, etapa tras etapa) en todos esos elementos vitales, tan indispensables para nuestra misma existencia.

¿Quién realiza, dentro de nosotros, ese proceso de transformación de las substancias?

¡El CENTRO INSTINTIVO!

¡Cuán sabio es tal centro!

¡Realmente, nos asombramos de la sabiduría de dicho centro!

La digestión en sí misma, mis estimables hermanos, es transformación.

Todos pueden ver que el alimento tomado por el estómago (es decir, la parte inferior de esta fábrica de tres pisos, que es el organismo humano) se transforma.

Si un alimento, por ejemplo, pasara por el estómago y no se transformara, el organismo no podría asimilar sus principios (sus vitaminas, sus proteínas); eso sería, sencillamente, una indigestión.

Así pues, conforme nosotros vamos reflexionando en esta cuestión, llegamos a comprender la necesidad de pasar por una transformación.

Claro está que los alimentos físicos se transforman; más hay algo que nos invita mucho a la reflexión; no existe una transformación, por ejemplo, adecuada de las impresiones.

Para el propósito de la naturaleza, propiamente dicha, no hay necesidad alguna de que el “animal intelectual” equivocadamente llamado “hombre”, transforme realmente las impresiones.

Pero un hombre puede transformar sus impresiones por sí mismo, si posee, naturalmente el conocimiento de fondo esotérico, y comprende el por qué de esa necesidad, (¡resultaría magnífico transformar las impresiones!).

La mayoría de las gentes, como tú has visto en el terreno de la vida práctica, creen que este mundo físico les va a dar exactamente, lo que anhelan y buscan, y he ahí, mis estimables hermanos, una tremenda equivocación.

La vida, en sí misma, entra en nosotros, en nuestro organismo, en forma de meras impresiones.

Lo primero que realmente debemos comprender, es el significado de este Trabajo Esotérico, relacionado íntimamente con la cuestión de las impresiones.

Que necesitamos transformarlas, ¡es verdad!

Y uno no podría, realmente, transformar su vida, si no transforma las impresiones que le llegan a la mente.

Es urgente, pues, que los que escuchen este cassette, reflexionen en lo que aquí estamos diciendo...

No existe, realmente, tal cosa como la “vida externa”; y ven ustedes que estamos hablando de algo muy revolucionario, pues todo el mundo cree que el físico es lo real; pero si vamos un poquito más a fondo, lo que realmente estamos recibiendo, a cada instante, en cada momento, son meramente impresiones.

Vemos a una persona que nos agrade o que nos desagrade, y lo primero que obtenemos son impresiones de esa naturaleza, ¿verdad?

Esto no lo podemos negar.

La vida es, dijéramos, una sucesión de impresiones (y no como creen muchos “ignorantes ilustrados”, una cosa sólida, física, de tipo exclusivamente material); la realidad de la vida son sus impresiones.

Claro está, que esta idea que estamos emitiendo a través de esta grabación, resulta ciertamente muy difícil de capturar, de aprehender; constituye un muy trabajoso punto de intersección.

Es posible que ustedes, que me están escuchando, tengan la certeza de que la vida que tienen existe como tal, y no como sus impresiones.

Están tan sugestionados ustedes por el mundo físico, que obviamente así piensan.

La persona que vemos sentada, por ejemplo, en una silla (allá, con tal o cual traje de color), aquél que nos sonríe más allá, aquél que va tan serio, etc., son para nosotros cosas reales, ¿verdad?

Pero si meditamos profundamente en todo lo que vemos, llegamos a la conclusión de que lo real son las impresiones.

Éstas, como ya dije, llegan a la mente, a través, claro está, de las ventanas de los cinco sentidos.

Si no tuviéramos, por ejemplo, ojos para ver, ni oídos para oír, ni tacto para tocar, ni olfato para oler, etc., o ni siquiera gusto para gustar los alimentos que entran en nuestro organismo, ¿existiría acaso, para nosotros, esto que se llama “mundo físico”?

¡Claro que no, absolutamente no!

La vida, pues, nos llega en forma de impresiones, y es ahí, precisamente ahí, donde existe la posibilidad de trabajar sobre nosotros mismos.

Ante todo (si eso queremos hacer), pues hay que comprender el trabajo que debemos hacer.

Si no hiciéramos ese trabajo en forma correcta, ¿cómo podríamos lograr una transformación psicológica, en sí mismos?

Es obvio, que el trabajo que vamos a realizar sobre sí mismos, debe ser sobre las impresiones que estamos recibiendo a cada instante, a cada momento.

Y a menos que lo aprehenda, o dijéramos, capture, etc., nunca comprendería el significado de lo que en el trabajo es llamado el “primer choque consciente”.

El “choque” se relaciona con esas impresiones que son todo cuanto conocemos del mundo exterior que estamos recibiendo, que tomamos como si fueran las verdaderas cosas, las verdaderas personas.

Necesitamos, pues, transformar nuestra vida, y ésta es interna.

Al querer transformar, pues, estos aspectos psicológicos de nuestra existencia, obviamente, necesitamos trabajar sobre las impresiones que entran en nosotros, claro está...

¿Por qué llamamos nosotros, al trabajo sobre la transformación de las impresiones, el “primer choque consciente”?

Por un motivo, mis queridos hermanos gnósticos, por un motivo.

Porque, sencillamente, es algo que en modo alguno podríamos efectuar en forma meramente mecánica.

Esto no sucede jamás mecánicamente, se necesita de un esfuerzo autoconsciente.

Es claro que un aspirante gnóstico que comience a comprender esta clase de trabajo, obviamente, por tal motivo, comienza a dejar de ser un hombre mecánico, que sirve, exclusivamente, a los fines de la naturaleza; una criatura absolutamente dormida, que sencillamente no es más que una “empleada” de la naturaleza, para los fines económicos de la misma, los cuales, realmente, no sirven, en modo alguno, a los intereses de nuestra propia autorrealización íntima.

Si ustedes comienzan ahora a comprender el significado de todo cuanto en este cassette estamos enseñando; si piensan ahora en el significado de todo cuanto se les enseña a hacer, por la vía, dijéramos, del esfuerzo propio (empezando con la observación de sí mismos), verán sin duda, mis queridos hermanos gnósticos, que en el lado práctico del Trabajo Esotérico, todo se relaciona con la transformación de las impresiones y lo que resulta, naturalmente, de las mismas.

El trabajo, por ejemplo, sobre las emociones negativas, sobre los estados de ánimo enojosos, sobre la cuestión ésta de la identificación, sobre la auto consideración, sobre los yoes sucesivos, sobre la mentira, sobre la auto justificación, sobre la disculpa y sobre los estados de inconsciencia en que nos encontramos, se relaciona, en todo, con la transformación de las impresiones y lo que resulta de ello.

Así convendrá, mis queridos hermanos gnósticos, que en cierto modo, el trabajo sobre sí mismos se compare a la digestión (en el sentido de que es una transformación).

Quiero que ustedes reflexionen profundamente en esto, que comprendan, pues, lo que es el primer choque.

Es preciso formar un instrumento de cambio en el lugar de entrada de las impresiones (¡no lo olviden!).

Si mediante la comprensión del trabajo ustedes pueden aceptar la vida como trabajo, realmente, esotérico, entonces estarán en un estado constante de recuerdo de sí mismos.

Este estado de conciencia de sí, los llevará a ustedes, naturalmente, al terreno viviente de las transformación de las impresiones, y así, normalmente (o supra normalmente, mejor dijéramos), al de una vida distinta, en lo que a ustedes naturalmente respecta.

Es decir, ya la vida no obrará más sobre todos ustedes, mis queridos hermanos, como la hacía antes; comenzarán ustedes a pensar y a comprender de una manera nueva; y éste es el comienzo, naturalmente, de su propia transformación.

Porque mientras ustedes sigan pensando de la misma manera, tomando la vida de la misma manera, es claro que no habrá ningún cambio en ustedes.

Transformar las impresiones de la vida, es transformarse uno mismo, mis queridos hermanos gnósticos, y sólo una manera de pensar enteramente nueva, puede efectuarlo.

Todo este trabajo, pues, radica, exclusivamente en una forma, pues, dijéramos, radical de transformación.

Si uno no se transforma, nada logra.

Comprenderán ustedes que la vida nos exige, naturalmente, continuamente reaccionar.

Todas esas reacciones forman nuestra vida, nuestra vida personal.

Cambiar la vida de uno, no es cambiar las circunstancias meramente externas, es cambiar realmente las propias reacciones.

Pero si no vemos que la vida exterior nos llega como meras impresiones que nos obligan, incesantemente, a reaccionar en una forma, dijéramos, más o menos estereotipada, no veremos donde empieza el punto que realmente posibilite el cambio y dónde es posible trabajar.

Si las reacciones que forman nuestra vida personal, son casi todas de tipo negativo, entonces también nuestra vida será negativa.

La vida consiste, principalmente, de una serie sucesiva de reacciones negativas, que se dan como respuesta incesante a las impresiones que llegan a la mente.

Luego, nuestra tarea consiste en transformar las impresiones de la vida, de modo que no provoquen ese tipo de reacciones negativas a que estamos tan acostumbrados.

Pero, para lograrlo, es necesario estarnos auto observándonos de instante en instante, de momento en momento.

Es urgente estar, pues, estudiando nuestras propias impresiones.

Luego, se pueden dejar que las impresiones lleguen a la mente de un modo negativo mecánico o no; si no lo hace, equivale a empezar a vivir más conscientemente.

Es decir, uno puede permitir darse el lujo de que las impresiones le lleguen mecánicas, pero si uno no comete semejante error, si transforma sus impresiones, entonces comienza a vivir conscientemente.

Por eso se dice que “éste es el “primer choque consciente”.

Tal primer shock consciente radica, precisamente, en la transformación de las impresiones que llegan a la mente.

Si no se consigue transformar las impresiones que llega a la mente, en el momento mismo de su entrada, siempre se puede trabajar en el resultado de las mismas e impedir, claro está, que produzcan sus efectos mecánicos, que siempre suelen ser desastrosos en el interior de nuestra psiquis.

Todo ello requiere un sentimiento definido, una vibración definida del trabajo, una valorización de la enseñanza.

Porque significa que este esotérico trabajo gnóstico debe ser llevado hasta el punto, por así decirlo, donde entran las impresiones, y desde donde son distribuidas, mecánicamente, a su lugar acostumbrado en la personalidad, para evocar las antiguas reacciones.

Quiero que ustedes vayan entendiendo un poquito más.

Voy a tratar, dijéramos, de simplificar, a fin de que ustedes puedan entender.

Pondré un ejemplo: si arrojamos una piedra a un lago cristalino, en el lago vemos que se producen impresiones; y la respuesta a esas impresiones (dadas por la piedra), son las reacciones.

Estas se manifiestan en ondas que van desde el centro hasta la periferia, ¿verdad?

Bueno, ahora lleven ustedes, mis queridos hermanos gnósticos, este ejemplo a la mente.

Imagínensela, por un momento, como un lago.

De pronto, aparece la imagen de una persona.

Esa imagen, dijéramos, es como la piedra de nuestro ejemplo: llega al lago de la mente, entonces la mente reacciona en forma de reacción (las impresiones son las que producen la imagen que llega a la mente; las reacciones son la respuesta a tales impresiones).

Si ustedes tiran una pelota contra un muro, el muro recibe la impresión; pero luego viene la reacción, que consiste en que, inconscientemente, pues, regresa la pelota hacia quien la mandó.

Bueno, puede que no le llegue directamente, pero de todas maneras rebota la pelota y eso es reacción, ¿verdad?

El mundo todo está formado por impresiones.

Por ejemplo, nos llega la imagen de una mesa (es una imagen que llega a la mente a través de los sentidos); no podemos decir que ha llegado la mesa, que la mesa se ha metido en nuestro cerebro, eso sería absurdo, pero sí se ha metido una imagen de la mesa; entonces nuestra mente reacciona, inmediatamente, diciendo: “esto es una mesa, y es de madera” o “es de metal”, etc...

Creo que ustedes me van entendiendo, ¿no?

Bien, ahora, hay impresiones que no son muy agradables.

Por ejemplo, las palabras de un insultador no son, por cierto, bastante hermosas que se diga, ¿no?

¿Podríamos, dijéramos, transformar esas palabras del insultador? No, las palabras son como son, ¿entonces qué podríamos hacer? ¿Transformar las impresiones que tales palabras nos producen? Sí, eso es posible, y la Enseñanza Gnóstica nos enseña a cristalizar la segunda fuerza (es decir, al cristo en nosotros), mediante un postulado que dice: “hay que recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes”...

He ahí, pues, el modo de transformar las impresiones que producen, en nosotros, las palabras de un insultador: “recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes”...

Este postulado, pues, nos llevará, naturalmente, a la cristalización de la segunda fuerza (es decir, el Cristo en nosotros), hará que el Cristo venga a tomar.

Es un postulado sublime, esotérico en un ciento por ciento...

Ahora bien, si del mundo físico no conocemos sino las impresiones, entonces, propiamente, el mundo físico no es tan externo como creen las gentes.

Con justa razón dijo Don Emmanuel Kant: “Lo exterior es lo interior”...

Así pues, si lo interior es lo que cuenta, pues debemos transformar lo interior (las impresiones son interiores).

Así pues, todos los objetos, las cosas, todo lo que vemos, existe en nuestro interior en forma de impresiones.

Si, por ejemplo, nosotros no transformamos las impresiones, nada cambia en nosotros.

La lujuria, la codicia, el odio, el orgullo, etc., existen en forma de impresiones dentro de nuestra psiquis y vibran incesantemente; y el resultado mecánico de tales impresiones, han sido todos esos elementos inhumanos que llevamos dentro, y que normalmente los hemos llamado “yo” o “yoes”, que en su conjunto constituyen el mí mismo, el sí mismo, ¿verdad?.

Supongamos que un individuo, por ejemplo, ve a una mujer provocativa y que no transforma sus impresiones; el resultado será que las mismas (de tipo naturalmente lujurioso), originen en él, pues, el deseo de poseerla.

Tal deseo viene a ser el resultado mecánico de la impresión recibida; y ese deseo viene a cristalizar, a tomar una forma en nuestra psiquis, se convierte en un agregado más, es decir, en un elemento inhumano, en un nuevo yo de tipo lujurioso que viene a agregarse a la suma (existente ya) de elementos inhumanos que, en su totalidad, constituyen el ego, el mí mismo, el sí mismo.

Pero vamos a seguir reflexionando, pues,...

En nosotros existe ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza y gula...

Ira, ¿por qué? porque muchas impresiones llegaron a nosotros, a nuestro interior, y nunca las transformamos.

El resultado mecánico de tales impresiones, pues, de ira, fueron los yoes que aún existen, viven en nuestra psiquis, y que constantemente, pues, nos hacen sentir coraje.

Codicia: Indudablemente, muchas cosas despertaron en nosotros la codicia: el dinero, las joyas, las cosas materiales de todo clase, etc.

Esas cosas, realmente, esos objetos llegaron a nosotros en forma de impresiones.

Nosotros cometimos el error de no haber transformado esas impresiones, por ejemplo en otra cosa diferente: en una admiración por la belleza, o en altruismo, o en alegría por el dueño de tales o cuales cosas, en fin... ¿Y qué? pues que tales impresiones no transformadas, naturalmente se convirtieron en yoes de codicia que ahora cargamos en nuestro interior.

En cuanto a la lujuria, ya dije: que distintas formas de lujuria llegaron a nosotros en forma de impresiones, es decir, surgieron en el interior de nuestra mente imágenes, dijéramos, de tipo erótico, cuya reacción fue la lujuria.

Como quiera que nosotros no transformamos entonces esas ondas lujuriosas, esas vibraciones lujuriosas, esas impresiones, ese sentir lujurioso, ese erotismo malsano, no bien entendido (porque bien entendido, ya dije que el erotismo es sano), naturalmente que el resultado no se hizo esperar: fue completamente mecánico, nacieron nuevos yoes dentro de nuestra psiquis (de tipo, claro está, morboso).

Así pues, hoy en día nos toca trabajar sobre las impresiones que tenemos en nuestro interior y sobre sus resultados mecánicos.

Dentro, tenemos impresiones de ira, de codicia, de lujuria, de envidia, de orgullo, de pereza, de gula, etc., etc., etc., y otras tantas hierbas.

También tenemos, dentro, los resultados mecánicos de tales impresiones: manojos de yoes pendencieros y gritones que ahora necesitamos comprender y eliminar.

Todo el trabajo sobre nuestra vida, versa pues en saber transformar las impresiones y también en saber eliminar, dijéramos, los resultados mecánicos de las impresiones no transformadas en el pasado...

El mundo exterior, propiamente no existe; lo que existe es lo interno.

Las impresiones son interiores y las reacciones con tales impresiones son de tipo completamente, dijéramos interior.

Nadie me podría decir que está viendo a un árbol en sí mismo; estará viendo la imagen del árbol pero no al árbol. “la cosa en sí (como decía don Emmanuel Kant), nadie la ve”; se ve la imagen de la cosa.

Es decir, surgen en nosotros las impresiones sobre un árbol, sobre una cosa.

Estas son internas, son de adentro, son de la mente.

Si uno, por ejemplo, no hace una modificación de sus propias impresiones internas, el resultado mecánico no se deja esperar: es el nacimiento de nuevos yoes que vienen a esclavizar, aún más, a nuestra esencia, a nuestra conciencia; que vienen a intensificar el sueño, dijéramos, en que vivimos.

Cuando uno comprende que, realmente, todo lo que existe dentro de uno mismo (con relación al mundo físico), no son más que impresiones, comprende también la necesidad de transformar esas impresiones; y al hacerlo, se produce una transformación total de uno mismo.

No hay cosa que más duela, por ejemplo, que la calumnia, o las palabras de un insultador; pero si uno es capaz de transformar las impresiones que le producen a uno tales palabras, pues, ésas quedan entonces sin valor ninguno, es decir, quedan como un cheque sin fondo.

Ciertamente, las palabras de un insultador no tienen más valor que el que les dé el insultado.

Si el insultado no le da valor a tales palabras, las mismas quedan sin valor (repito, aunque me haga cansón: quedan como un cheque sin fondo).

Cuando uno comprende esto, transforma entonces las impresiones de tales palabras, por ejemplo, en algo distinto: en amor, por ejemplo, en compasión por el insultador; y eso, naturalmente, significa transformación.

Así pues, necesitamos estar transformando, incesantemente, las impresiones; no sólo las presentes, sino las pasadas.

Dentro de nosotros existen muchas impresiones (que cometimos el error, en el pasado, de no haber transformado) y muchos resultados mecánicos de las mismas, que son los tales yoes que ahora hay que desintegrar, aniquilar, a fin de que la conciencia quede libre y despierta.

Quiero que ustedes reflexionen más hondamente en lo que estoy diciendo: las cosas, las personas, no son más que impresiones dentro de ustedes, dentro de su mente.

Si ustedes transforman esas impresiones, se transforma la vida de ustedes.

Cuando hay, por ejemplo, orgullo, eso tiene por basamento la ignorancia.

¿De qué puede sentirse orgullosa, por ejemplo, una persona?

¿De su posición social, de su dinero, de qué?

Pero si esa persona, por ejemplo, piensa que su posición social es una cuestión meramente mental, es una serie de impresiones que han llegado a su mente (impresiones sobre su estado social, o su dinero); cuando piensa que tal estado no es más que una cuestión mental, o cuando analiza, pues, la cuestión del dinero, viene a darse cuenta que, en sí mismo, existe en la mente en forma de impresiones (las impresiones que produce el dinero, claro está).

Si analiza esto a fondo, si comprende, realmente, que el dinero y la posición social y demás, no son más que impresiones internas de la mente, con el sólo hecho de comprender que sólo son impresiones de la mente, hay transformación de las mismas; y entonces el orgullo, por sí mismo, cae, se desploma, y nace en una forma muy natural, dentro de nosotros, la humildad.

Continuando así con estos procesos de transformación de las impresiones, proseguiré con algo más: si, por ejemplo, una imagen de una mujer lujuriosa llega a la mente, o surge en la mente (tal imagen es una impresión, obviamente), nosotros podríamos transformar esa impresión lujuriosa, mediante la comprensión.

Bastaría con que pensáramos en que la citada imagen es perecedera, en que esa belleza es, por lo tanto, ilusoria.

Si recordáramos en ese instante que esa mujer ha de morir y que su cuerpo se ha a volver polvo en el panteón; si con la imaginación viésemos su cuerpo en estado de desintegración dentro de la sepultura, sería esto más que suficiente como para transformar esa impresión lujuriosa en castidad.

Así, transformándola, no surgirían (en la psiquis) más yoes de lujuria.
Así pues, conviene que mediante la comprensión, transformemos las impresiones que surgen en la mente.

Creo que los hermanos van entendiendo que el mundo exterior no es tan exterior como normalmente se cree; es interior, pues todo lo que nos llega del mundo, no son más que impresiones internas.

Nadie podría meter un árbol dentro de su mente, ni una silla, ni una casa, ni un palacio, ni una piedra.

Lo que hay dentro de nuestra mente, no son sino impresiones, eso es todo; impresiones de un mundo que llamamos “exterior”, pero que realmente no es tan exterior como se piensa.

Conviene, pues, que estemos nosotros transformando las impresiones mediante la compresión.

Si alguien nos adula, nos alaba, por ejemplo, ¿Cómo transformaríamos nosotros la vanidad que tal adulador podría provocar en nosotros?

Obviamente, las alabanzas, las adulaciones, no son más que impresiones que llegan a la mente, y ésta reacciona en forma de vanidad.

Pero si se transforman tales impresiones, la vanidad se hace imposible.

¿Cómo se transformarían, pues, las palabras de un adulador, esas impresiones de alabanza, en qué forma? ¡Mediante la compresión!

Cuando uno realmente comprende que no es más que una infinitesimal criatura, viviendo en un rincón del Universo, de hecho transforma, pues, por sí mismo, tales impresiones de alabanza, o de lisonja, en algo distinto; convierte tales impresiones, dijéramos, en lo que son: polvo, polvareda cósmica, porque comprende uno su propia posición.

Ya sabemos que nuestro planeta tierra es un grano de arena en el espacio.

Pensemos en la galaxia en que vivimos, compuesta por miles y millones de mundos...

¿Qué es la tierra? Es una mísera partícula de polvo en entre el Infinito.

¿Y qué nosotros? Organismos, dijéramos, casi microorganismos, de esa partícula...

¿Entonces qué? ¿Qué surgiría en nosotros con estas reflexiones? la humildad, es claro, y ésta, obviamente, produciría una transformación de las impresiones que se relacionan con la lisonja, y la adulación o la alabanza, claro; y no reaccionaríamos (como resultado) en forma de orgullo, ¿verdad?

Cuanto más reflexionemos en esto, vemos más y más la necesidad de una transformación completa de las impresiones...

Todo lo que vemos externo, es interior.

Luego, si no trabajamos sobre lo interior, vamos por el camino del error, porque no modificaríamos entonces nuestra vida.

Si queremos ser distintos, necesitamos transformarnos íntegramente, y si queremos transformarnos, debemos empezar por transformar las impresiones.

Ahí está la clave para la transformación radical del individuo.

En la misma transmutación sexual, hay transformación de las impresiones.

Transformando las impresiones animales, bestiales, en el elemento de la devoción, entonces surge (en nosotros) la transformación sexual, la transmutación.

Creo que ustedes me han comprendido y por hoy llegaremos hasta esta parte, pues, de nuestro discurso.

Espero que los que escuchen esta cinta, tengan la amabilidad de analizarla, de comprenderla... Descripción: http://bibliotecagnostica.net/img/small/final_audicion.gif

samael aun weor



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