JUANA DE ARCO
Juana de Arco llamada la doncella de Orleans, heroína
nacional y santa patrona de Francia, unió la nación en un momento crítico,
decidiendo en favor de Francia la terrible guerra de los cien años (1337-1453).
Durante el siglo XIV, gran parte del territorio francés
se encontraba bajo el dominio del duque de Borgoña, que había renegado de su
sangre aliándose con los ingleses y reconociendo a Enrique V de Inglaterra como
rey de Francia, por otra parte Carlos VI, rey de Francia dejaba el trono a un hijo
enclenque y enfermizo, declarado ilegítimo por su propia madre Isabel de
Baviera. El delfín detestado por los borgoñeses parecía condenado a no ceñir
nunca la corona de su país y a presenciar impotente como su reino pasaba a
manos de los ingleses.
Juana de Arco nació la noche de reyes de 1412, sus
padres, campesinos de modesta condición, tuvieron cinco hijos, la penúltima de
los cuales fue Juana. Desde muy pequeña se ocupó de las labores del campo y de
los menesteres caseros, de modo que no tuvo tiempo de aprender a leer y
escribir. A la edad de 13 años tuvo su primera visión, cuyo relato nos llega de
la mano del consejero del rey Carlos VIl: «Jugando con sus amigas oyó una voz
que le decía, Juana vete a casa, tu madre te llama, corrió a casa, pero su madre
no la había llamado. Cuando regresaba con sus amigas, una intensa luz la
envolvió y el arcángel San Miguel, patrón del delfín, se le apareció vestido de
caballero, anunciándole que Santa Catalina y Santa Margarita le acompañarían en
próximas apariciones para darle instrucciones según la voluntad de Dios».
En los siguientes cuatro años, las voces y apariciones la
instruyeron en la historia de Francia, en las estrategias bélicas y la guiaron
por el camino de la santidad. Al cumplir 17 años el arcángel San Miguel,
compareció de nuevo ante ella para encomendarle la misión de auxiliar al delfín
y liberar la ciudad de Orleans, sitiada por los ingleses, sus palabras fueron:
"ve a buscar a Robert de Baudricourt, señor de la fortaleza de
Vaucouleurs, él te proporcionará soldados para cumplir tu misión. Se negará al
principio pero cederá a la tercera tentativa, yo te protegeré y te conduciré a
la victoria".
Juana se dirigió a Vaucouleurs en compañía de su primo
Durand Laxard, una vez allí se presentó ante Baudricourt, que la tomó por loca
y le propinó dos sonoras bofetadas, ordenando a su acompañante que la llevara
de regreso a su casa. Tras un segundo intento fallido, Juana repitió la visita
el 12 de febrero de 1429, el señor de Vaucouleurs había escrito a Chinon,
residencia del delfín, anunciando que una muchacha de su feudo tenía visiones
celestiales y pretendía ser capaz de liberar a Orleans y hacer coronar el
heredero en Reims. La respuesta fue clara, en aquellos momentos angustiosos era
preciso escuchar a todo aquel que hablase de valor y resistencia, así pues en
su tercera visita Juana fue atendida.
Impresionado por la firmeza de Juana y deslumbrado por el
aura milagrosa que la rodeaba, Baudricourt accedió a proporcionarle la guardia
militar solicitada. Se hizo cortar el cabello como un varón y se vistió de
hombre, para recorrer segura los caminos plagados de bandidos y emprendió
camino a Chinon. De camino, Juana mandó un mensaje al delfín que decía: «he
recorrido cientos de leguas por lugares infectos de bandas armadas para
socorreros, tengo muy buenas noticias que daros, sabré reconoceros». El rey
tras leer el mensaje exclamó: « ¿dice que me reconocerá, entre tanta gente?, si
nunca me ha visto».
El 8 de marzo de 1429 el delfín la recibió mezclado entre
sus cortesanos disfrazado de alabardero, mientras en el trono se sienta el
conde de Clemont, venciendo violenta oposición e ignorando befas y burlas se
abrieron las puertas del salón, los más de quinientos caballeros ven llegar con
paso decidido un pajecillo cuyo traje negro y gris de paño basto, contrasta
bruscamente con sus brocados, sus pieles de armiño y sus túnicas de sedas
bordadas. Unos ojos verdes luminosos, un rostro huesudo de pómulos alzados, un
casquete de cabellos oscuros, cortados en redondo y ese andar flexible casi
animal, que da la costumbre de andar con los pies desnudos... en verdad este
ser llega de otros lugares y destaca en medio de los cortesanos como un
cervatillo entre los gansos. Busca al delfín, duda ante Clemont, descubre a
Carlos y ante el se arrodilla diciendo: «te digo en nombre de Dios que eres
hijo de rey y el auténtico heredero del reino de Francia y que he sido enviada
para conducirte a Reims donde serás coronado.
Carlos habló largamente con la joven y su rostro
resplandeció ante sus respuestas, sin embargo, indeciso como era, temió que
Juana fuese instrumento de alguna potencia diabólica y la hizo interrogar por
ciertos clérigos eruditos de Poitiers, quedando así confinada en la torre del
castillo y poniendo a su servicio a un tal Guilles, quien encuentra en la
doncella la embriagadora y peligrosa unión de la santidad y la guerra. Guilles
sigue a Juana como el cuerpo obedece al alma, como ella misma obedece a sus
voces, hablando de ello algunas noches. Creo firmemente como tú, le dice una
noche, que vivimos rodeados de ángeles y santos, y creo también que no faltan
diablos y hadas malignas que nos fuerzan hacia el camino del mal.
Días después, impacientada por tantas precauciones y
demoras, Juana se dirigió al delfín con palabras reveladoras de una extraña y
previsora sabiduría: «viviré poco más de un año, en este tiempo debemos
realizar una gran obra, los guerreros lucharán y Dios dará la victoria». Carlos
por una vez diligente, reunió un ejército e hizo confeccionar para Juana una
armadura blanca de acero bruñido, hecha a su medida, por último ella pidió que
fuesen a buscarle la espada de Carlomagno, de la cual nadie había oído hablar y
un estandarte con la imagen del Salvador.
La espada debía encontrarse en una capilla consagrada a
Santa Catalina, sobre su hoja habrían grabadas cinco cruces, la espada fue
encontrada y era en efecto como ella la había descrito. Vieja y completamente
herrumbroso, bastó con que el armero del rey la limpiase y que Juana la tomase
en su mano para que la espada volviera a refulgir como si fuese nueva.
A partir de este momento, Juana de Arco desempeñó su
misión divina con sorprendente celeridad y prodigiosa eficacia. Primero fue la
liberación de Orleans, plaza decisiva en los planes ingleses de abrirse paso
hacia el valle del Loira. Tras la victoria Carlos volvió a sus vacilaciones,
aunque le obsesionaba el sueño de la coronación, no se decidía a realizarlo y
demoraba su decisión reuniéndose una y otra vez con sus consejeros. De nuevo
Juana intervino persuadiéndole de que sólo si ceñía la corona en Reims se
consolidaría la unidad de Francia y quedarían burladas las pretensiones de
Inglaterra. Al fin el 17 de julio del 1429, Carlos se dirigió a la Catedral de
Reims al frente de un espléndido cortejo y acompañado por Juana de Arco; cinco
meses después de salir de Domremy, su misión estaba cumplida.
En los días siguientes Juana de Arco, intervino en una
serie de campañas para el recién estrenado rey. Sin embargo, su estrella
pareció declinar y abandonarle, así el 7 de septiembre de 1929, armada con doce
mil soldados ataca París junto a Guilles, pero sus planes de victoria se vieron
truncados por dos flechas que la hirieron en la pierna y en la frente.
Repuesta Juana de sus heridas, no pudo conquistar París
en una segunda batalla, Carlos VII había firmado una tregua con los ocupantes
de la capital y para evitar fricciones manda a Juana de Arco a luchar contra
los borgoñeses el 23 de mayo, pero la contienda en Compiegne se salda con la
trágica captura de Juana, mal herida por un arquero y con la mezquina venganza
de Felipe de Borgoña, que la vende a los ingleses por 10.000 escudos de oro.
Mientras Carlos VII entregado a sus favoritos y a Inés Sorel, (que temían
encontrar en Juana de Arco una rival) y faltando al honor y al agradecimiento
que debía a la heroína, que le diera la corona, la abandonó por completo.
Juana de Arco seguía encerrada en su prisión, más apenada
por la suerte de los sitiados en Compiegne que por la suya propia. A pesar que
las voces le recomendaban la resignación y la calma, se arrojó desde lo alto de
la torre del castillo, para acudir a Compiegne, pero herida fue apresada de
nuevo y entregada a los ingleses y a los ultrajes de sus infames carceleros. El
cardenal Winchester, verdadero rey de Inglaterra, encargó a Pedro Cauchon la
instrucción del proceso, siendo trasladada la libertadora de Francia al
castillo de Ruan cargada de cadenas.
Los interrogatorios empezaron el 21 de febrero, preguntas
y respuestas fueron consignadas por escrito. Juana llena de paciencia y fe,
empezó a impacientar a sus jueces, sin contradecirse jamás ni contestar al
margen de la más pura ortodoxia. Había oído voces y nadie tenía la obligación
de creerla, a las preguntas sucedieron las amenazas y a estas las
humillaciones. Se le privó de los sacramentos y fue conducida a la sala de
tortura, en un intento para que la visión de potros, ganchos y tenazas
quebrasen su resistencia, pero Juana no se desdijo de sus declaraciones, ni
negó que hubiera conversado con los santos. El 23 de mayo en sesión solemne, se
leyó a la prisionera una nueva amonestación, para que reconociese sus errores,
Juana respondió: «aunque viera la leña encendida y al verdugo al lado, no diría
otra cosa que la que ya he dicho y sostendré hasta la muerte». Responsio
suporba, anotó el escribano al margen de la página.
Los medios más infames de sugestión se pusieron en juego,
llegaron a colocar dos testigos para que oyeran una confesión en la que el religioso
que la confesara le diera el consejo de apelar al pontífice, cosa que hizo.
Pero Cauchon temeroso de que se le escapara la víctima, contestó que el Papa
estaba muy lejos, a toda costa querían los jueces obtener una declaración, en
la que Juana de Arco se confesara impostora, herética y hechicera, y para
lograrlo le presentaron una cédula, diciéndole que sólo contenía la promesa de
no volver a vestirse de hombre ni llevar armas, a cambio de la cual, le
salvarían la vida. Pero en realidad, la cédula era la anhelada retracción, tras
la cual fue condenada a cadena perpetua, y sometida al régimen del pan del
dolor y del agua de la angustia.
Una noche los carceleros, le quitaron los vestidos de
mujer y a la mañana siguiente, para cubrir su desnudez, sólo encontró vestidos
de hombre, hecho que bastó para condenarla como relapsa. Entonces las voces le
revelaron la retracción que había firmado, y recobrando todo su valor ante la
muerte, retractase de la abjuración. Al día siguiente, 29 de mayo, en la capilla
del palacio arzobispal de Ruan, el obispo Cauchon, con el voto unánime de sus
42 asesores, declaró que «debía procederse contra Juana de Arco por relapsa,
como era de derecho y razón».
Un día después, en la plaza del mercado viejo, se
levantaron tres tablados; uno para los jueces, otro para los prelados y un
tercero más alto para la hoguera, cubierta de arcilla, a fin de prolongar los
sufrimientos de la víctima. Juana de Arco mostró una entereza y resignación que
conmovió incluso a sus enemigos, muchos de sus jueces, se tuvieron que retirar
embargados por la emoción, desde que estuvo en la hoguera, su constante deseo
fue contemplar el crucifijo que le presentaba el sacerdote. Cuando ya las
llamas rodeaban su cuerpo, Cauchon se le acercó y Juana le dijo: « ¡si me
hubierais entregado a la iglesia y no a mis enemigos, no me encontraría aquí!
¡Ah Ruan, temo que mi muerte te sea fatal!» Después pidió agua bendita, invocó
al arcángel San Miguel y expiró, repitiendo por tres veces el nombre de Jesús.
El verdugo, súbitamente enloquecido, echó a correr despavorido con la antorcha
humeante en la mano y saltando desde el puente, se arrojó al Sena. Juana apenas
tenía 19 años, cuando el 30 de mayo de 1430, era quemada en la hoguera.
Al recobrar Carlos VIl la ciudad de Ruan, previa
autorización del Papa, mandó revisar el proceso de Juana de Arco, ajusticiada
cruelmente por los ingleses. La comisión nombrada declaró el 7 de julio de
1456, que en aquel proceso y sentencia, existía sólo calumnia e iniquidad, y
que anulaba todo lo que podía afectar al nombre de Juana de Arco y de los
suyos.
El V. M. Samael Aun Weor, nos habla de Juana de Arco en
su libro titulado Rosa lgnea:
9.- “Cuando Franz Hartman visitó el templo de Bohemia se
encontró con Paracelso, Juana de Arco y muchos otros adeptos, viviendo en carne
y hueso en ese monasterio sagrado.
10.- Comió con los Hermanos Mayores en el refectorio de
los hermanos y Paracelso lo instruyó dentro de su laboratorio y trasmutó plomo
en oro, en su presencia.
11. - El libro titulado Una aventura en la mansión de los
adeptos rosacruces, por Franz Hartman, nos cuenta todas estas cosas.
12.- Cuando Juana de Arco desencarnó en la hoguera, donde
fue quemada viva, se encontró rodeada de Maestros que la llevaron al templo de
Bohemia.
13.- Desde entonces ella vive en este templo con su
cuerpo físico ultrasensible, en presencia de todos los otros Hermanos Mayores.
14.- Este nuevo cuerpo físico tiene el poder de hacerse
visible y tangible en cualquier parte, y se alimenta con frutas y agua pura. La
miel de abejas es el alimento de los maestros de la Fraternidad Universal
Blanca”.
(Capítulo VIII, pagina 23. «El cuerpo de la liberación»)
A continuación un texto extraído del libro de Franz
Hartman, Una aventura en la mansión de los adeptos rosacruces:
« Pedí a la dama la explicación de su pasada vida tal y
como fue antes de alcanzar el adeptado. Me es doloroso, respondió Leila, vivir
de nuevo en los recuerdos del pasado. Quizás nuestra hermana Helena os
explicará los detalles concernientes a la suya. Sonrió la interpelada y dijo:
lo haré de buena gana, para procurar un placer a nuestro visitante; pero mi
vida carece de interés comparada con la vuestra, si queréis principiar vos yo
proseguiré la relación de la mía.
Bien, respondió Leila, pero para simplificar detalles y
ahorrar tiempo os mostraré su representación en el escenario de la luz astral,
fijad la vista en la mesa que tenéis delante. Miré sobre la superficie de la
redonda mesa de mármol, colocada en el centro. de la glorieta y al momento vi
aparecer sobre la reluciente y lisa superficie la visión vivida de un campo de
batalla. Allí se divisaba el ejército combatiente empuñando lanzas y espadas,
la caballería y la infantería, los caballeros de bruñida armadura y los
soldados rasos. Recrudece la batalla: muertos y heridos cubren la tierra y los
soldados de la izquierda principian a ceder terreno, mientras los de la derecha
avanzan. Súbitamente, aparece a la izquierda del cuadro la figura hermosa de
una mujer revestida de luciente armadura, empuñando en una mano la espada y con
la otra sosteniendo una bandera. Sus facciones parecieronme las de la dama
adepto, enardecido con su presencia el ejército de la izquierda pareció cobrar
nuevos bríos, en tanto que el pánico cundía entre el enemigo hasta obligarle a
emprender la huida ante el empuje de los otros. Se oye un grito de triunfo y se
desvanece la escena.
Luego surge otra escena sobre la mesa, parece el interior
de una iglesia católica, están reunidos buen número de dignatarios
eclesiásticos y seglares, caballeros y nobles, obispos y sacerdotes, multitud
de gentes. Ante el altar se arrodilla un caballero con todas sus armas que
parece el rey, y un obispo revestido con todos sus ornamentos pontificiales, le
ciñe una corona de oro. Junto al rey está la mujer de nobles facciones, que
sonríe con aire de triunfo, resuena una solemne música mientras la corona ciñe
las sienes del rey, y al levantarse millares de voces le vitorean. La escena se
desvanece.
La siguiente representa un torreón repleto de
instrumentos de tortura, como los que servían en los tiempos inquisitoriales,
se ven hombres vestidos de negro en cuyos ojos llamea el fuego del odio. Hay
otros vestidos de rojo que seguramente son los verdugos, aparecen algunas
gentes con antorchas y en medio esta Leila, encadenada, que mira a los hombres
vestidos de negro con aire de piadoso desdén. Le hacen algunas preguntas
necias, a las que ella no quiere responder y entonces la torturan
cruelísimamente. Aparté la vista y al volver a mirar había desaparecido la
escena, otra apareció sobre la mesa.
Aun lado, un enorme montón de leña, en mitad del cual se
erguía un poste al que se hallaba atada una cadena, una procesión se aproxima,
compuesta de viles monjes y custodiada por soldados. La multitud rodea la pira,
pero se aparta para dar paso a la procesión, en medio de los monjes y del
verdugo avanza Leila, pálida y enflaquecida por las privaciones y la tortura.
Lleva las manos atadas y una cuerda le rodea el cuello, se encarama sobre los
leños y ya en su cima, la atan al poste. Trata de hablar pero los malvados
monjes, puestos en oración, le echan agua en la cara para obligarla a
permanecer silenciosa. El verdugo aparece empuñando una tea ardiente y la leña
comienza a chisporrotear, y el fuego llamea en torno al cuerpo de la hermosa
mártir... y no quise ver más, me cubrí el rostro con las manos, sabía quién era
Leila.
Repuesto de la impresión de tan horrible espectáculo,
expresé a Leila mi admiración por su valor y virtud, había siempre admirado en
su carácter histórico y anhelado conocer su auténtico relato. Y ahora se erguía
ante mí el original vivo, joven y fuerte, noble y bello, y sin embargo, según el
conjunto mundano, contando cuatrocientos cincuenta años...»
Tomado del “Círculo de Investigación de la Antropología
Gnóstica”
Grupo Gnóstico de Elche