-KRISHNA-
Krishna sentado bajo un gran cedro, cansado de combates
en la tierra, soñaba en combates celestes en lo infinito del cielo.
Su alma solo tenía un deseo profundo, encontrar a su
madre y volver hallar al extraño y sublime anciano.
Cuanto más pensaba en su madre y en el anciano, más
despreciable le parecían las hazañas de su juventud y más vivas se le hacían
las cosas del cielo.
Un encanto consolador, una divina reminiscencia, le
invadían por completo. Un himno de reconocimiento a Mahadeva subió de su
corazón y desbordó de sus labios en una melodía suave y angélica. Cautivadas
por este sonido las mujeres fueron rodeando a Krishna por grupos.
Nichdali, hija de Nanda, con los ojos cerrados, había
caído en una especie de éxtasis. Su hermana Saravasti, más atrevida se deslizó
al lado de Krishna y le dijo con voz cariñosa:
¡Oh Krishna! Tus melodías me han embelesado, canta más,
enséñanos a modular nuestras voces, enséñanos a danzar.
Krishna dirigiéndose a todas ellas, les contó lo que
había visto en su recogimiento, la historia de los dioses y los héroes, las
guerras de Indra y las hazañas del divino Rama.
Todas las mujeres le escucharon encantadas hasta el alba.
Volviendo de nuevo al día siguiente.
Krishna, al ver que se exaltaban con sus relatos les
enseñó a cantar con sus voces y a figurar con sus gestos las acciones sublimes
de los dioses.
A unos los címbalos, sonoros como los corazones de los
guerreros, a otros tambores, etc. Otras, las bailarinas sagradas, representaban
la majestad de Varuna, la runa, cólera de Indra matando al dragón o la
desesperación de Maya abandonada.
De esta forma, los combates y la gloria eterna de los
dioses, que Krishna había contemplado en sí mismo, revivían en aquellas mujeres
dichosas y trasfiguradas.
Una mañana las dos hijas de Nanda, Saravasti y Nichdali,
se acercaron a Krishna y le dijeron:
Al enseñarnos los cantos y las danzas sagradas, has hecho
de nosotras las más dichosas de las mujeres, pero seremos las más desdichadas
cuando te marches. ¡Oh Krishna! Sé nuestro esposo, mi hermana y yo seremos tus
fieles mujeres.
Mientras Saravasti hablaba así, Nichdali cerró los ojos
como si cayera en éxtasis. Al preguntarle Krishna por qué cerraba los ojos, le
contestó que cerraba los ojos para contemplar su imagen que estaba grabada en
el fondo de sí misma. Diciéndole que podía marchar pues no lo perdería nunca.
Krishna tras besarlas les dijo:
Os amo a las dos. Pero ¿cómo voy a ser vuestro esposo,
puesto que mi corazón tendría que dividirse entre ambas?
• No amaré nunca, dijo Saravasti con despecho.
• Sólo amaré con amor eterno, contestó Krishna.
• ¿Y qué es preciso para que ames así?, dijo Nichdali con
ternura.
Krishna contestó:
Para amar con amor eterno es preciso que la luz del día
se extinga, que el rayo caiga en mi corazón y que un alma se lance fuera de mí
hasta el fondo del cielo.
Luego, Krishna tomó solo el camino del monte Meru y se
marchó.
La noche siguiente el Maestro ya no acudió a los juegos
de las Gopis, no dejando más que una esencia, un perfume de su Ser, los cantos
y las danzas sagradas.
Triunfo y muerte de Krishna
Después de haber instruido a sus discípulos en el monte
Meru, Krishna fue con ellos a las orillas del Diamuna y del Ganges, para
convertir al pueblo.
Entraba en las cabañas y se detenía en las poblaciones.
Al atardecer, en los alrededores de las aldeas, la
multitud se agrupaba a su alrededor.
Lo que predicaba ante todo el pueblo era la caridad hacia
el prójimo. Las obras que tienen como base el amor al prójimo, son las que
deben ser ambicionadas por el justo, pues serán las que pesen más en la balanza
celeste.
Krishna cuya alma desbordaba amor, hablaba del sacrificio
y de la abnegación con voz suave e imágenes seductoras:
Como la tierra soporta a quienes la pisotean y desgarran
su seno al labrarla, así debemos devolver el bien por el mal.
Cuando los incrédulos e intelectuales le preguntaban
sobre la naturaleza de Dios, Él respondía con sentencias como esta:
La ciencia del hombre sólo es vanidad, todas sus buenas
acciones son ilusorias cuando no sabe relacionarlas a Dios.
El que es humilde de corazón y de espíritu, es amado por
Dios y no tiene la necesidad de otra cosa. El infinito y el espacio pueden
únicamente comprender lo infinito; sólo Dios puede comprender a Dios.
Krishna enseñaba y predicaba su doctrina por turno a los
Brahmanes, a los hombres de casta militar y al pueblo.
A los Brahmanes les explicaba, con la calma de la edad
madura, las verdades profundas de la ciencia divina; ante los Rajas celebraba
las virtudes guerreras y familiares con el fuego de juventud; al pueblo le
hablaba, con la sencillez de la infancia, de caridad, de resignación y de
esperanza.
No lejos, en Madura reinaba Kansa, quien después del
asesinato del anciano Vasichta, había usurpado el trono del reino.
Krishna seguido de sus discípulos y de un gran número de
anacoretas hizo su entrada en Madura. Entró bajo una lluvia de guirnaldas y de
flores. Todos le aclamaban, tanto los Brahmanes como el pueblo.
Krishna se presentó ante el rey y la reina.
Dirigiéndose a Kansa le dijo:
Sólo has reinado por la violencia y el mal y mereces mil
muertes, porque has matado al santo anciano Vasichta. Sin embargo, no morirás
aún. Quiero probar al mundo que no es quitándoles la vida como se triunfa de
los enemigos vencidos, sino perdonándoles.
Después de destronar a Kansa y con el consentimiento de
los grandes del reino y del pueblo, consagró a su discípulo ARJUNA, el más
ilustre descendiente de la raza solar, como rey de Madura y dio autoridad
suprema a los Brahmanes que se convirtieron en instructores de los reyes.
Krishna continuó siendo el jefe de los anacoretas, que
formaron el consejo superior de los Brahmanes. Con el fin de proteger a este
consejo de persecuciones, Krishna hizo construir una ciudad en medio de las montañas,
defendida por una alta montaña y por una población escogida.
Esta ciudad se llamaba Dwarka. En el centro de esta
ciudad se encontraba el Templo de los Iniciados, cuya parte más importante
estaba oculta en lo subterráneo.
Cuando los reyes de culto lunar se enteraron que un rey
de culto solar había subido al trono de Madura y que los Brahmanes iban a ser
los dueños de la India, se unieron para derrotar a ARJUNA.
Arjuna junto a todos los partidarios del culto solar y
bajo las direcciones de Krishna, se dispusieron para la batalla. La batalla
decisiva era inminente. Sin embargo, Arjuna al faltarle a su lado el Maestro,
sentía turbado su espíritu y debilitado su valor.
Arjuna ante tal batalla y viendo que iban a perecer
muchísimas personas, descorazonado por completo decidió no dar la orden de
luchar. Pero Krishna dirigiéndose a él le dijo:
¡En pie!, ¡No seas afeminado!, ¿cómo te has dejado
sorprender por el azote del miedo, indigno del sabio, fuente de infamia que nos
arroja del cielo?
Y siguió explicándole:
De igual modo que el alma experimenta la infancia, la
juventud y la vejez en este cuerpo, así también los sufrirá en otros cuerpos.
Los que ven la esencia, ven la verdad eterna que domina el alma y el cuerpo.
Todos esos cuerpos no durarán, ¡Tú lo sabes! Tú sabes que
el alma encarnada es eterna, indestructible e infinita. Por tal razón: ¡Ve al
combate! Los que creen que el alma mata o muere se engañan igualmente. Ella no
ha nacido y no muere y no puede perder al Ser que siempre ha tenido.
Así como una persona se quita los vestidos viejos para
tomar otros nuevos, así el alma encarnada que rechaza su cuerpo para tomar
otros ni la espada la corta, ni el fuego la quema, ni el agua la moja, ni el
aire la seca.
Ante estas palabras de su Maestro, Arjuna, quedó
sobrecogido de vergüenza. Entonces reforzado con gran valor se lanzó sobre su
carro y dio la señal de combate. Krishna dijo adiós a su discípulo y abandonó
el campo de batalla, porque estaba seguro de la victoria de los hijos del sol.
Krishna había comprendido que para que los vencidos
aceptaran su religión era preciso ganar sobre sus almas una última victoria,
más difícil que la de las armas.
De la misma forma que el santo Vasichta había muerto
atravesado por una flecha, por revelar la verdad suprema a Krishna, así Krishna
debía morir voluntariamente bajo los golpes de su enemigo mortal, para
implantar en el corazón de sus adversarios la fe que Él había predicado a sus
discípulos y al mundo.
Krishna sentía que su misión había terminado, y para ser
completo sólo quedaba el sello del sacrificio.
El hijo de Devaki, quería morir lejos de los hombres, en
las soledades del Himavat. Allí se sentiría más cerca de su madre radiante, del
sublime anciano y del sol Mahadeva.
Krishna partió, pues, a una ermita que se encontraba al
pie de las cimas del Himavat. Ninguno de los discípulos se había percatado de
sus designios. Sólo le acompañaron Saravasti y Nichdali.
Durante 7 días hicieron rezos y abluciones. Frecuentemente,
el semblante de Krishna se trasfiguraba y parecía como radiante. El séptimo
día, hacia la puesta de sol, las dos mujeres vieron a unos arqueros cerca de la
ermita. Eran los arqueros del rey Kansa. Las mujeres pidieron a Krishna que se
defendiera, pero Él de rodillas al lado del cedro, no salía de su oración.
Estos arqueros eran hombres rudos. Trataron de sacar a
Krishna de su éxtasis, injuriándolo y tirándole piedras, pero no lo
consiguieron. No pudieron hacerle salir de su inmovilidad. Entonces se arrojaron
contra Él y le ataron al tronco del cedro.
Krishna se dejó hacer todo esto.
Luego los arqueros excitándose unos a los otros empezaron
a tirar flechas sobre el cuerpo de Krishna... A la primera flecha que le
atravesó, brotó la sangre y Krishna exclamó:
• Vasichta, los hijos del sol han vencido.
Cuando la segunda flecha vibró en su carne, dijo:
• Madre mía radiante, que los que amen entren conmigo en
tu luz.
A la tercera dijo solamente:
• Mahadeva.
Y luego con el nombre de Brahma, entregó el espíritu.
Se había puesto el sol. Un gran viento se elevó, una
tempestad de nieve bajó del Himavat sobre la tierra. El cielo se veló. Un
torbellino negro barrió las montañas.
Los soldados aterrados ante lo que habían hecho huyeron,
y las dos mujeres cayeron desvanecidas.
El cuerpo de Krishna fue quemado por sus discípulos en la
ciudad santa de Dwarka. Saravasti y Nichdali, se arrojaron a la hoguera para
unirse a su dueño y Maestro, y la multitud creyó ver al hijo de Mahadeva con un
cuerpo de luz, llevando a sus dos esposas.
Después de esto, una gran parte de la India adoptó el
culto de Vishnu, que conciliaba los cultos solares y lunares.
Diferentes aspectos de Krishna
Históricamente se le han ido asimilando diferentes
leyendas y cultos a Krishna y de ahí surgió un Dios con numerosos aspectos,
entre ellos el de un Avatar.
Krishna en la mitología del hinduismo es un Avatar o
encarnación del dios Vishnu, la segunda persona de la Trinidad en la religión
hindú. El Señor Krishna es el octavo Avatar, hijo de Vasudera y de la Virgen
Devaki.
En el Mahabharata a Krishna, que literalmente significa
«el negro» o «el oscuro», se le representa algunas veces rindiendo homenaje a
Shiva.
En el Bhagavad-Gita, Krishna es la representación de la
Divinidad Suprema, Atman o Espíritu Inmortal, que desciende para iluminar al
hombre y contribuir a su salvación.
Krishna llevó la salvación incluso a sus peores enemigos.
Krishna es el Instructor del Mundo y el Señor del Amor.
A Krishna también se le representa como un niño travieso
pero encantador al que se llama el ladrón de mantequilla (asociado a la ciudad
de Vrindaban, al sur de Deli).
Se representa a Krishna hurtando mantequilla, pues solía
comer a hurtadillas la mantequilla en las casas de las Gopis (pastoras o
vaqueras), por su amor extremo hacia ellas. El robar mantequilla era una
especie de juego para enardecer los corazones de las Gopis que eran sus
devotas. A las Gopis esto le entusiasmaba. Ellas esperaban ansiosas que Krishna
fuese a comer su mantequilla.
Krishna verdaderamente roba o cautiva el corazón de sus
devotos, les hace olvidar el mundo, y les hace disfrutar de la paz y de la
dicha imperecedera.
Otro de los aspectos con el cual se le representa a
Krishna es el de la piel azul y Dios pastoral que toca la flauta.
La flauta es el símbolo del Pranava. Fue esta flauta la
que atrajo a las devotas Gopis, hasta hallar a su amado Señor a orillas del
sagrado Yamuna.
El sonido de esta flauta divina emocionaba el corazón,
hasta llevarlo al éxtasis, inspirando una vida y un júbilo nuevo. Se dice que
producía en todos los seres una intoxicación de Dios e incluso en los objetos
inertes.
Se dice que la dulzura de esta música era insuperable.
Quien oía por una sola vez la música de la flauta de Krishna no se preocupaba
ya sobre el néctar del cielo, la dicha o la liberación.
La flauta de Krishna conmovió tanto el alma de las Gopis
que perdieron todo control sobre sí mismas. Sus mentes no pertenecían ya a este
mundo.
Por supuesto el amor que las Gopis sentían por Krishna
era un amor divino. Provenía de la unión de las almas, no de la unión de los
sexos. Representaba la aspiración del Yivatman (alma individual), de fundirse
con el Paramatman (alma suprema).
Krishna predicó el Prem, o amor, por medio de la flauta.
Unas de las Gopis preguntó a Krishna:
¡Oh querido! ¿Por qué amas más a la flauta que a mí? ¿Qué
acto virtuoso ha realizado ella para poder merecer estar en contacto directo
con tus labios. Explícame amablemente mi Señor el secreto de ello, pues ansío
saberlo.
Krishna le respondió:
La flauta me es muy querida. Posee diversas virtudes
maravillosas. Ha vaciado su cavidad interna, de modo que puedo producir en ella
cualquier tipo de música, Raga o Raguini, que me plazca y desee. Si actúas
conmigo exactamente igual que esta flauta, SI ELIMINAS TU EGOÍSMO por completo
y cultivas una entrega perfecta de ti misma, entonces te amaré tanto como a
esta flauta.
Este cuerpo, nuestro cuerpo es también la flauta de
Krishna en el Macrocosmos. Si somos capaces de destruir nuestro egoísmo, si
somos capaces de una entrega absoluta y una ofrenda ilimitada hacia nuestro
Ser, Él, el Señor tocará con este cuerpo la flauta delicadamente, produciendo
armónicas melodías.
Entonces nuestra voluntad se fundirá con la suya. Él
obrará sin trabas a través de nuestros instrumentos: el cuerpo, la mente, y los
sentidos o Indriyas.
Podremos entonces descansar pacíficamente sin preocupaciones,
inquietudes ni ansiedades.
En la ordenada conducta de la vida de Krishna se ilustra
la majestuosa perfección de Dios.
En Él se mezcla el conocimiento y el poder supremo para
conformar al hombre Dios de todos los tiempos. En Él coexisten los más elevados
conocimientos (Vidia) y humildad (Vinaia) como virtudes inseparables.
Krishna era grande al mismo tiempo en conocimiento, en
sentimiento y en acción.
Krishna como hombre fue un hombre de acción. Defendía la
justicia, la rectitud, y su actitud era defender al oprimido de su agresor. Él
fue el más grande Karma Yogui de todos los tiempos. Él levantó la antorcha de
la sabiduría y la acción desinteresada. Era amigo y benefactor de los pobres y
los desesperanzados.
Era la encarnación de la humildad. Krishna pedía a los
hombres que se consideraran como un instrumento en manos de Dios.
Pedía al hombre que se creyese un soldado, siendo Dios su
general y sometiendo sus actos y deberes mundanos a las órdenes de Dios. Les
pedía que actuasen con fe. Que actuasen con devoción hacia Dios, pero sin el
deseo de sus frutos.
Se dice poéticamente que se pueden contar las estrellas e
incluso los granos de arena de una playa, pero es imposible enumerar los actos
heroicos, maravillosos y gloriosos de Krishna, el Señor de los Tres Mundos.
Krishna, el Cristo, nos espera con los brazos abiertos
para abrazarnos con su cálido amor.
Purifiquemos nuestra mente.
Destruyamos las Vasanas o deseos negativos.
Destruyamos nuestro egoísmo.
Escuchemos una vez más la flauta de Krishna y
permitámosle tocar a través de nuestro cuerpo-flauta.
T. R.
Del “Círculo de Investigación de la Antropología
Gnóstica”.
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