LA OBSERVACIÓN DE SI…
La observación de sí lleva al hombre a reconocer la
necesidad de cambiar.
Y al practicarla se da cuenta de que esta observación de
si aporta por sí misma ciertos cambios en sus procesos interiores.
Comienza a comprender que es un medio para cambiar, un
instrumento para despertar.
Al observarse, de alguna manera PROYECTA UN RAYO DE LUZ sobre
sus procesos interiores que hasta ahora se habían efectuado en total oscuridad.
Bajo la influencia de esta luz, éstos comienzan a
cambiar.
Hay un gran número de procesos químicos que sólo pueden
ocurrir en la ausencia de luz.
Del mismo modo, un gran número de procesos psíquicos sólo
pueden ocurrir en la oscuridad.
Aun una tenue vislumbre de conciencia basta para cambiar
completamente el carácter de los procesos habituales, y hacer totalmente
imposibles gran número de ellos.
Nuestros procesos psíquicos (nuestra alquimia interior),
tienen muchos puntos en común con aquellos procesos químicos cuyo carácter
cambia por causa de la luz, y están sometidos a leyes análogas.
Cuando un hombre llega a darse cuenta de la necesidad no
sólo del estudio y de la observación de sí, sino también de la necesidad de
trabajar sobre sí con el objeto de cambiar, entonces debe también cambiar el
carácter de su observación de sí.
Hasta ahora, no ha estudiado sino los detalles del
trabajo de los centros, tratando solamente de constatar tal o cual fenómeno,
esforzándose por ser un testigo imparcial.
Ha estudiado el trabajo de la máquina.
De ahora en adelante debe comenzar a VERSE A SÍ MISMO, es
decir, empezar ya a ver no sólo los detalles aislados, no sólo el trabajo de
pequeñas palancas y pequeñas ruedas, sino todas las cosas tomadas en conjunto —
este conjunto que él representa para los demás.
Para este fin un hombre debe ejercitarse en tomar, por
así decirlo, FOTOGRAFÍAS MENTALES de sí mismo en momentos diferentes de su vida
y en sus diferentes estados emocionales; ya no fotografías de detalles, sino
vistas globales.
En otras palabras, estas fotografías deben contener simultáneamente
todo lo que un hombre puede ver en sí mismo en un momento dado.
Emociones, humores, pensamientos, sensaciones, posturas,
movimientos, tonos de voz, expresiones faciales, y así sucesivamente.
Si un hombre llega a tomar INSTANTÁNEAS interesantes no
tardará en obtener una verdadera colección de RETRATOS DE SÍ MISMO, que tomados
en conjunto le enseñarán claramente lo que él es.
Pero es difícil lograr tomar estas fotografías en los
momentos más interesantes, es difícil captar las posturas, las expresiones faciales,
las emociones y los pensamientos más característicos.
Si un hombre logra tomar bien y en número suficiente
estas fotografías, no tardará en ver que LA IDEA QUE TENÍA DE SÍ MISMO y
con la cual seguía viviendo año tras año, ESTÁ MUY LEJOS DE LA REALIDAD.
En lugar del hombre que creía ser, verá otro
completamente distinto.
ESTE «OTRO» ES ÉL MISMO, Y AL MISMO TIEMPO NO ES ÉL.
Es él tal como lo conocen los demás, tal como él se imagina
y tal como aparece en sus acciones, palabras, etc.; pero no es exactamente él,
tal cual es en realidad.
Porque ÉL MISMO SABE que en este otro hombre, que los
demás conocen y que él mismo conoce, HAY MUCHO QUE ES IRREAL, INVENTADO Y ARTIFICIAL.
Ustedes deben aprender a separar lo real de lo imaginario.
Y para comenzar la observación y el estudio de sí, es indispensable
aprender a dividirse.
Un hombre debe darse cuenta de que en realidad está formado
de dos hombres.
Uno es el hombre que él llama «yo» y a quien los otros
llaman «Ouspensky», «Zakharov» o «Petrov».
El otro es el verdadero ÉL, EL VERDADERO YO, que aparece
en su vida sólo por muy breves momentos y que sólo puede llegar a ser FIRME Y
PERMANENTE después de un período de trabajo muy largo.
Mientras un hombre se considere a sí mismo como una sola
persona, seguirá siendo siempre tal cual es.
Su trabajo interior comienza desde el instante en que
empieza a experimentar en sí mismo la presencia de DOS HOMBRES.
Uno es pasivo y lo más que puede hacer es observar y registrar
lo que le sucede.
El otro, que se llama a sí mismo «yo», que es activo, y
habla de sí en primera persona, es en realidad sólo «Ouspensky», o «Petrov» o
«Zakharov».
Esta es la primera realización que un hombre puede
obtener.
Tan pronto comienza a PENSAR CORRECTAMENTE, ve que está
por completo en poder de su «Ouspensky», o «Petrov» o «Zakharov».
No importa lo que ÉL planee o piense hacer o decir, no es
«él», no es su YO, el que lo dirá o lo hará, sino su «Ouspensky», «Petrov» o
«Zakharov», y por supuesto lo que ellos harán o dirán no tendrá nada en común
con lo que su YO hubiese dicho o hecho; porque ellos mismos tienen su propia
manera de sentir o de comprender las cosas, que puede a veces falsear y
deformar completamente las intenciones originales del YO.
Con respecto a esto, desde el primer momento de la
observación de sí, al hombre le acecha un peligro preciso.
Es YO el que comienza la observación, pero «Ouspensky»,
«Zakharov» o «Petrov» se apoderan de inmediato de ésta y son “ellos” los que la
continúan.
Así desde el comienzo, «Ouspensky», «Zakharov» o «Petrov»
falsean algo, introducen un cambio que parece sin importancia, pero que en
realidad altera todo radicalmente.
Supongamos por ejemplo, que un hombre llamado «Ivanov»
escuche la descripción de este método de observación de sí.
Se le ha dicho que un hombre debe dividirse a sí mismo:
de un lado ÉL o YO y del otro «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov».
Entonces se divide literalmente como he dicho.
«Éste es YO, se dice a sí mismo, y aquél es "Ouspensky",
"Petrov" o "Zakharov", o «Ivanov».
Nunca dirá «Ivanov».
Esto lo encuentra desagradable; de esta manera
inevitablemente empleará cualquier otro apellido o nombre de pila.
Además, llamará YO a lo que le gusta en él, o en todo
caso, lo que encuentra de fuerte en él, mientras que llamará «Ouspensky»,
«Petrov» o «Zakharov», a lo que no le gusta o considera como sus debilidades.
Sobre esta base se pone a razonar, completamente
equivocado por supuesto, ya que se engañó sobre el punto más importante, al rehusar
enfocar lo que ÉL REALMENTE ES, es decir «Ivanov», y al no prestar atención
sino a los imaginarios «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov».
Es aún difícil imaginar lo mucho que detesta un hombre emplear
su propio nombre cuando habla de sí en tercera persona.
Hace todo lo posible por evitarlo.
Se llama a sí mismo por otro nombre, como lo acabo de
decir, o inventa para sí un nombre falso, un nombre por el cual nadie lo ha
llamado jamás, ni lo llamará nunca; o se llama simplemente «él» y así sucesivamente.
Bajo este aspecto no son excepción las personas que
acostumbran llamarse en sus conversaciones mentales por su nombre de pila, su
sobrenombre o diminutivos afectuosos.
Cuando llegan a la observación de sí prefieren llamarse ellos
mismos «Ouspensky» o decir «el Ouspensky en mí», como si pudiera haber un
«Ouspensky» en ellos mismos.
¡Como si no sobrara «Ouspensky» para Ouspensky mismo!
Pero cuando un hombre comprende su impotencia frente a «Ouspensky»,
su actitud hacia sí mismo y hacia el «Ouspensky» en él, deja de ser indiferente
o apática.
La observación de sí deviene la observación de
«Ouspensky».
El hombre comprende que no es «Ouspensky», que
«Ouspensky» no es sino la máscara que él lleva, el papel que él desempeña
inconscientemente y que por desgracia no puede evitar desempeñarlo, un papel que
lo domina y le hace decir y hacer miles de cosas estúpidas, miles de cosas que
él nunca haría ni diría.
Si es sincero consigo mismo, siente que está en poder de
«Ouspensky» y al mismo tiempo siente que no es «Ouspensky».
Comienza a tener miedo de «Ouspensky», comienza a sentir
que «Ouspensky» es su enemigo.
Todo lo que quiera hacer es interceptado y alterado por
«Ouspensky».
«Ouspensky» es su «enemigo».
Los deseos, los gustos, las simpatías, las antipatías,
los pensamientos, las opiniones de «Ouspensky», o bien se oponen a sus propias
ideas, sentimientos y estados de ánimo, o no tienen nada en común con ellos.
Y sin embargo «Ouspensky» es su amo.
Él es el esclavo.
No tiene voluntad propia.
Está lejos de poder expresar sus deseos, porque todo lo
que querría decir o hacer siempre será hecho por «Ouspensky» y no por él.
A este nivel de la observación de sí, este hombre ya no
debe tener sino una sola meta: librarse de «Ouspensky».
Y puesto que de hecho no puede librarse porque él es
«Ouspensky», debe por consiguiente dominarlo y obligarlo a hacer no lo que
desea el «Ouspensky» del momento, sino lo que ÉL mismo quiere hacer.
«Ouspensky» que es hoy el amo, debe convertirse en el
servidor.
Éste es el primer paso en el trabajo sobre sí; hay que
separarse de «Ouspensky», no sólo en el pensamiento, sino de hecho, y llegar a
sentir QUE UNO NO TIENE CON ÉL NADA EN COMÚN.
Pero hay que tener muy presente en la mente que toda la
atención debe quedar concentrada sobre «Ouspensky».
En efecto, un
hombre es incapaz de explicar lo que ÉL MISMO ES en realidad; sin embargo puede
explicar «Ouspensky» a sí mismo, y es por aquí por donde debe comenzar,
recordando al mismo tiempo que él no es «Ouspensky».
Ouspensky
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