viernes, 13 de julio de 2012

LA OBSERVACIÓN DE SI…



LA OBSERVACIÓN DE SI…

La observación de sí lleva al hombre a reconocer la necesidad de cambiar.

Y al practicarla se da cuenta de que esta observación de si aporta por sí misma ciertos cambios en sus procesos interiores.

Comienza a comprender que es un medio para cambiar, un instrumento para despertar.

Al observarse, de alguna manera PROYECTA UN RAYO DE LUZ sobre sus procesos interiores que hasta ahora se habían efectuado en total oscuridad.

Bajo la influencia de esta luz, éstos comienzan a cambiar.

Hay un gran número de procesos químicos que sólo pueden ocurrir en la ausencia de luz.

Del mismo modo, un gran número de procesos psíquicos sólo pueden ocurrir en la oscuridad.

Aun una tenue vislumbre de conciencia basta para cambiar completamente el carácter de los procesos habituales, y hacer totalmente imposibles gran número de ellos.

Nuestros procesos psíquicos (nuestra alquimia interior), tienen muchos puntos en común con aquellos procesos químicos cuyo carácter cambia por causa de la luz, y están sometidos a leyes análogas.


Cuando un hombre llega a darse cuenta de la necesidad no sólo del estudio y de la observación de sí, sino también de la necesidad de trabajar sobre sí con el objeto de cambiar, entonces debe también cambiar el carácter de su observación de sí.

Hasta ahora, no ha estudiado sino los detalles del trabajo de los centros, tratando solamente de constatar tal o cual fenómeno, esforzándose por ser un testigo imparcial.

Ha estudiado el trabajo de la máquina.

De ahora en adelante debe comenzar a VERSE A SÍ MISMO, es decir, empezar ya a ver no sólo los detalles aislados, no sólo el trabajo de pequeñas palancas y pequeñas ruedas, sino todas las cosas tomadas en conjunto — este conjunto que él representa para los demás.

Para este fin un hombre debe ejercitarse en tomar, por así decirlo, FOTOGRAFÍAS MENTALES de sí mismo en momentos diferentes de su vida y en sus diferentes estados emocionales; ya no fotografías de detalles, sino vistas globales.

En otras palabras, estas fotografías deben contener simultáneamente todo lo que un hombre puede ver en sí mismo en un momento dado.

Emociones, humores, pensamientos, sensaciones, posturas, movimientos, tonos de voz, expresiones faciales, y así sucesivamente.

Si un hombre llega a tomar INSTANTÁNEAS interesantes no tardará en obtener una verdadera colección de RETRATOS DE SÍ MISMO, que tomados en conjunto le enseñarán claramente lo que él es.

Pero es difícil lograr tomar estas fotografías en los momentos más interesantes, es difícil captar las posturas, las expresiones faciales, las emociones y los pensamientos más característicos.

Si un hombre logra tomar bien y en número suficiente estas fotografías, no tardará en ver que LA IDEA QUE TENÍA DE SÍ MISMO y con la cual seguía viviendo año tras año, ESTÁ MUY LEJOS DE LA REALIDAD.

En lugar del hombre que creía ser, verá otro completamente distinto.

ESTE «OTRO» ES ÉL MISMO, Y AL MISMO TIEMPO NO ES ÉL.

Es él tal como lo conocen los demás, tal como él se imagina y tal como aparece en sus acciones, palabras, etc.; pero no es exactamente él, tal cual es en realidad.

Porque ÉL MISMO SABE que en este otro hombre, que los demás conocen y que él mismo conoce, HAY MUCHO QUE ES IRREAL, INVENTADO Y ARTIFICIAL.

Ustedes deben aprender a separar lo real de lo imaginario.

Y para comenzar la observación y el estudio de sí, es indispensable aprender a dividirse.

Un hombre debe darse cuenta de que en realidad está formado de dos hombres.

Uno es el hombre que él llama «yo» y a quien los otros llaman «Ouspensky», «Zakharov» o «Petrov».

El otro es el verdadero ÉL, EL VERDADERO YO, que aparece en su vida sólo por muy breves momentos y que sólo puede llegar a ser FIRME Y PERMANENTE después de un período de trabajo muy largo.

Mientras un hombre se considere a sí mismo como una sola persona, seguirá siendo siempre tal cual es.

Su trabajo interior comienza desde el instante en que empieza a experimentar en sí mismo la presencia de DOS HOMBRES.

Uno es pasivo y lo más que puede hacer es observar y registrar lo que le sucede.

El otro, que se llama a sí mismo «yo», que es activo, y habla de sí en primera persona, es en realidad sólo «Ouspensky», o «Petrov» o «Zakharov».

Esta es la primera realización que un hombre puede obtener.

Tan pronto comienza a PENSAR CORRECTAMENTE, ve que está por completo en poder de su «Ouspensky», o «Petrov» o «Zakharov».

No importa lo que ÉL planee o piense hacer o decir, no es «él», no es su YO, el que lo dirá o lo hará, sino su «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov», y por supuesto lo que ellos harán o dirán no tendrá nada en común con lo que su YO hubiese dicho o hecho; porque ellos mismos tienen su propia manera de sentir o de comprender las cosas, que puede a veces falsear y deformar completamente las intenciones originales del YO.

Con respecto a esto, desde el primer momento de la observación de sí, al hombre le acecha un peligro preciso.

Es YO el que comienza la observación, pero «Ouspensky», «Zakharov» o «Petrov» se apoderan de inmediato de ésta y son “ellos” los que la continúan.

Así desde el comienzo, «Ouspensky», «Zakharov» o «Petrov» falsean algo, introducen un cambio que parece sin importancia, pero que en realidad altera todo radicalmente.

Supongamos por ejemplo, que un hombre llamado «Ivanov» escuche la descripción de este método de observación de sí.

Se le ha dicho que un hombre debe dividirse a sí mismo: de un lado ÉL o YO y del otro «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov».

Entonces se divide literalmente como he dicho.

«Éste es YO, se dice a sí mismo, y aquél es "Ouspensky", "Petrov" o "Zakharov", o «Ivanov».

Nunca dirá «Ivanov».

Esto lo encuentra desagradable; de esta manera inevitablemente empleará cualquier otro apellido o nombre de pila.

Además, llamará YO a lo que le gusta en él, o en todo caso, lo que encuentra de fuerte en él, mientras que llamará «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov», a lo que no le gusta o considera como sus debilidades.

Sobre esta base se pone a razonar, completamente equivocado por supuesto, ya que se engañó sobre el punto más importante, al rehusar enfocar lo que ÉL REALMENTE ES, es decir «Ivanov», y al no prestar atención sino a los imaginarios «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov».

Es aún difícil imaginar lo mucho que detesta un hombre emplear su propio nombre cuando habla de sí en tercera persona.

Hace todo lo posible por evitarlo.

Se llama a sí mismo por otro nombre, como lo acabo de decir, o inventa para sí un nombre falso, un nombre por el cual nadie lo ha llamado jamás, ni lo llamará nunca; o se llama simplemente «él» y así sucesivamente.

Bajo este aspecto no son excepción las personas que acostumbran llamarse en sus conversaciones mentales por su nombre de pila, su sobrenombre o diminutivos afectuosos.

Cuando llegan a la observación de sí prefieren llamarse ellos mismos «Ouspensky» o decir «el Ouspensky en mí», como si pudiera haber un «Ouspensky» en ellos mismos.

¡Como si no sobrara «Ouspensky» para Ouspensky mismo!

Pero cuando un hombre comprende su impotencia frente a «Ouspensky», su actitud hacia sí mismo y hacia el «Ouspensky» en él, deja de ser indiferente o apática.

La observación de sí deviene la observación de «Ouspensky».

El hombre comprende que no es «Ouspensky», que «Ouspensky» no es sino la máscara que él lleva, el papel que él desempeña inconscientemente y que por desgracia no puede evitar desempeñarlo, un papel que lo domina y le hace decir y hacer miles de cosas estúpidas, miles de cosas que él nunca haría ni diría.

Si es sincero consigo mismo, siente que está en poder de «Ouspensky» y al mismo tiempo siente que no es «Ouspensky».

Comienza a tener miedo de «Ouspensky», comienza a sentir que «Ouspensky» es su enemigo.

Todo lo que quiera hacer es interceptado y alterado por «Ouspensky».

«Ouspensky» es su «enemigo».

Los deseos, los gustos, las simpatías, las antipatías, los pensamientos, las opiniones de «Ouspensky», o bien se oponen a sus propias ideas, sentimientos y estados de ánimo, o no tienen nada en común con ellos.

Y sin embargo «Ouspensky» es su amo.

Él es el esclavo.

No tiene voluntad propia.

Está lejos de poder expresar sus deseos, porque todo lo que querría decir o hacer siempre será hecho por «Ouspensky» y no por él.

A este nivel de la observación de sí, este hombre ya no debe tener sino una sola meta: librarse de «Ouspensky».

Y puesto que de hecho no puede librarse porque él es «Ouspensky», debe por consiguiente dominarlo y obligarlo a hacer no lo que desea el «Ouspensky» del momento, sino lo que ÉL mismo quiere hacer.

«Ouspensky» que es hoy el amo, debe convertirse en el servidor.

Éste es el primer paso en el trabajo sobre sí; hay que separarse de «Ouspensky», no sólo en el pensamiento, sino de hecho, y llegar a sentir QUE UNO NO TIENE CON ÉL NADA EN COMÚN.

Pero hay que tener muy presente en la mente que toda la atención debe quedar concentrada sobre «Ouspensky».

En efecto, un hombre es incapaz de explicar lo que ÉL MISMO ES en realidad; sin embargo puede explicar «Ouspensky» a sí mismo, y es por aquí por donde debe comenzar, recordando al mismo tiempo que él no es «Ouspensky».

Ouspensky

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