viernes, 13 de julio de 2012

¿QUÉ ES LA IDENTIFICACIÓN?



¿QUÉ ES LA IDENTIFICACIÓN?

«La identificación» es un rasgo tan común, que en la tarea de la observación de sí es difícil separarla del resto.

El hombre está siempre en estado de identificación; sólo cambia el objeto de su identificación.

El hombre se identifica con un pequeño problema que encuentra en su camino y olvida completamente las grandes metas que se propuso al principio de su trabajo.

Se identifica con un pensamiento y olvida todos los demás.

Se identifica con una emoción, con un estado de ánimo, y olvida otros sentimientos más profundos.

Al trabajar sobre sí mismas, las personas se identifican hasta tal punto con metas aisladas que pierden de vista el conjunto.

Para ellas los dos o tres árboles más cercanos llegan a representar todo el bosque.

La identificación es nuestro más terrible enemigo porque penetra por todas partes.

En el mismo momento en que creemos luchar contra ella seguimos siendo víctimas de su engaño.

Y si nos es tan difícil liberarnos de la identificación, es porque nos identificamos más fácilmente con las cosas que más nos interesan, a las que damos nuestro tiempo, nuestro trabajo y nuestra atención.

Para liberarse de la identificación el hombre debe entonces estar constantemente en guardia y ser DESPIADADO CONSIGO MISMO.

Es decir, que no debe tener miedo de desenmascarar todas sus formas sutiles y escondidas.

Es indispensable ver y estudiar la identificación a fin de descubrirla en nosotros mismos hasta sus raíces más profundas.

Pero la dificultad de la lucha contra la identificación se acrecienta aún más por el hecho de que cuando la gente la nota, la mira como una cualidad excelente y le concede los nombres de «entusiasmo», «celo», «pasión», «espontaneidad», «inspiración», etc.

Consideran que realmente no pueden hacer un buen trabajo en cualquier terreno sino en estado de identificación.

En realidad esto es una ilusión.

En tal estado el hombre no puede hacer nada sensato.

Y si la gente pudiera ver lo que significa el estado de identificación, cambiaría de opinión.

El hombre identificado no es más que una cosa, una maquina; pierde hasta la poca semejanza que tenía con un ser humano.

Miren a la gente en las tiendas, los teatros o restaurantes.

Vean cómo se identifican con las palabras cuando discuten o tratan de probar algo, sobre todo algo que no conocen.

No son más que deseo, avidez, o palabras; de ellos mismos no queda nada.

La identificación es el principal obstáculo para el recuerdo de sí.

Un hombre que se identifica es incapaz de recordarse a sí mismo.

Para poder recordarse a sí mismo, primero es necesario no identificarse.

Pero para aprender a no identificarse, ante todo el hombre debe no identificarse consigo mismo, no llamarse a sí mismo «Yo», siempre y en todas las ocasiones.

Debe recordar que hay dos en él, que hay él mismo, es decir Yo en él, Y EL OTRO con el cual debe luchar y al que debe vencer si quiere alcanzar cualquier cosa.

Mientras un hombre se identifique o sea susceptible de identificarse, es esclavo de todo lo que puede sucederle.

La libertad significa ante todo liberarse de la identificación.

Después de haber estudiado la identificación en general, hay que prestar atención a uno de sus aspectos particulares: la identificación con las personas que toma la forma de la «consideración interior».

Hay varias clases de consideración interior.

En la mayoría de los casos un hombre se identifica con lo que piensan los demás de él, con la forma en que lo tratan, con la actitud que tienen hacia él.

Un hombre piensa siempre que los demás no lo aprecian lo suficiente, que no son suficientemente corteses o atentos.

Todo esto lo atormenta, lo preocupa, lo vuelve receloso y hace que desperdicie una cantidad enorme de energía en conjeturas o en suposiciones; de esta manera desarrolla en él una actitud desconfiada y hostil respecto a los demás.

Cómo lo han mirado, lo que se piensa de él, lo que se dice de él, todo esto toma una importancia enorme a sus ojos.

Y no solo «considera» a las personas sino también a la sociedad y a las condiciones históricas.

Todo lo que a tal hombre le desagrada le parece injusto, ilegítimo, falso e ilógico.

Siempre el punto de partida de su juicio es que las cosas pueden y deben ser cambiadas.

La «injusticia» es una de las palabras que sirven a menudo de máscara para la «consideración interior».

Cuando un hombre se convence de que lo que lo subleva es una «injusticia», el dejar de considerar equivaldría para él a «reconciliarse con la injusticia».

Hay personas capaces no sólo de «considerar» la injusticia o el poco caso que se les hace, sino de «considerar» aun el estado del tiempo.

Esto parece ridículo, pero es un hecho: la gente es capaz de considerar el clima, el calor, el frío, la nieve, la lluvia; pueden enojarse e indignarse contra el mal tiempo.

El hombre toma todo de una manera personal, como si todo en el mundo hubiese sido dispuesto especialmente para complacerlo o por el contrario para causarle desagrado y fastidio.

Todo esto no es sino una forma de «identificación» y se podrían citar muchas otras formas.

Este tipo de consideración se basa enteramente en las «exigencias».

El hombre en su fuero interno «exige» que todo el mundo lo tome por alguien notable, a quien cada cual debería constantemente mostrar respeto, estima y admiración por su inteligencia, su belleza, su habilidad, su sentido del humor, su presencia de ánimo, su originalidad y todas sus otras cualidades.

Esta «exigencias» se basan a su vez en la noción completamente fantástica que la gente tiene de sí misma, lo que sucede muy a menudo aun con personas de apariencia muy modesta.

En cuanto a los escritores, actores, músicos, artistas y políticos, son casi sin excepción unos enfermos.

¿Y de qué sufren?

Ante todo de una extraordinaria OPINIÓN DE SÍ MISMOS, luego de exigencias y finalmente de «consideración interior», es decir de una predisposición para ofenderse por la menor falta de comprensión o de apreciación.

Hay todavía otra forma de «consideración interior» que puede quitarle al hombre una gran parte de su energía.

Tiene como punto de partida la actitud que consiste en creer que no considera lo suficiente a otra persona y que ésta se ofenda por esto.

Comienza a decirse que quizá él no piensa lo suficiente en esta otra persona, que no le presta suficiente atención y que no le da un lugar suficientemente grande.

Todo esto no es sino debilidad.

Los hombres se tienen miedo unos a otros.

Y esto puede llegar muy lejos.

He visto estos casos muy a menudo.

Un hombre puede llegar de esta manera a perder el equilibrio, si alguna vez lo tuvo, y conducirse de manera completamente insensata.

Como ya lo he dicho, las personas se imaginan a menudo que si comienzan a combatir la «consideración interior» en sí mismas, perderían su sinceridad y tienen miedo porque piensan que en este caso perderán algo, una parte de sí mismas.

Aquí se produce el mismo fenómeno que en las tentativas de lucha contra la expresión de las emociones desagradables.

La única diferencia es que en este último caso el hombre lucha contra la expresión «exterior» de sus emociones y en el otro, contra la manifestación «interior» de emociones que quizás sean las mismas.

Por supuesto este miedo de perder su sinceridad es un engaño, una de esas fórmulas engañosas en que descansa la debilidad humana.

El hombre no puede impedir el identificarse ni el «considerar interiormente», no puede impedir el expresar sus emociones desagradables, por la sola razón de que es débil.

La identificación, la consideración, la expresión de emociones desagradables son manifestaciones de su debilidad, de su impotencia, de su incapacidad de dominarse.

Pero como no quiere confesarse esta debilidad, la llama «sinceridad» u «honradez», y se dice a sí mismo que no desea luchar contra su sinceridad, cuando de hecho es incapaz de luchar contra sus debilidades.

La sinceridad, la honradez, son en realidad algo totalmente diferente.

Lo que por lo general se llama «sinceridad» es simplemente un rehusar a refrenarse.

En lo más profundo de sí mismo todo hombre lo sabe bien.

Ouspensky








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